jueves, 22 de abril de 2010

Saint Jordi ya está aquí




El 23 de abril es el Día del Libro. Celebro esta fiesta de las letras, recordando algunas de mis grandes lecturas:

- Un libro memorable: "La Tuna de Oro", de Julio Garmendia.
- Un libro memorioso: "Ficciones", de Jorge Luis Borges.
- Un libro entrañable: "El Arpa de Hierba", de Truman Capote.
- Un libro de aventuras: "Huckleberry Finn", de Mark Twain.
- Un libro erótico: "Kamasutra".
- Un libro fantástico: "La Historia Interminable", de Michael Ende.
- Un libro triste: "Suite Francesa", de Irene Nemirovsky.
- Un libro inolvidable: "El Corazón de las Tinieblas", de Joseph Conrad.
- Un libro de la infancia: "Grandes Esperanzas", de Charles Dickens.
- Un libro gótico: "Criaturas de la noche", de Israel Centeno.
- Un libro sobre montañismo: "No Picnic on Mount Kenya", de Felice Benuzzi.
- Un libro biográfico: "The Wildest Dream: The Biography of George Mallory", de Peter and Lenni Gillman.
- Un libro espiritual: "Camino de Santiago: Viaje al Interior de uno mismo", de Juan Antonio García Monge y Juan Antonio Torres Prieto.
- Un libro de humor: "Groucho y yo", de Groucho Marx.
- Un libro indispensable: "Infancia del Mago", de Hermann Hesse
- Un libro sobre libros: "La Casa de Papel", de Carlos María Domínguez.

miércoles, 21 de abril de 2010

Carta del Jefe Indio Seattle




Siempre vigente, especialmente en el Día de la Tierra, la carta que el Jefe Indio Seattle le escribiera al presidente de Estados Unidos, Franklin Pierce, como respuesta a su oferta para comprar las tierras de su tribu.


El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, en cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que, de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe de Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.

¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprarlos a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.

Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Más, ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.

Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras, deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga. Cuando la ha conquistado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras de sí solo un desierto.

No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.

El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.

Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.

Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se escupen a sí mismos.

Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.

Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él -de amigo a amigo-, no puede estar exento del destino común. Quizá seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios.

Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes. ¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia....

viernes, 16 de abril de 2010

Honor a una gran venezolana



Presentación de la biografía: Cecilia Pimentel, en El Nacional, el 13-04-10


Buenas noches.

Además de agradecer las generosas palabras de Pancho Villalba Pimentel, sobrino de Cecilia Pimentel, así como su presencia y estímulo, quisiera hacer un reconocimiento a la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y la Fundación Bancaribe, en las personas de Miguel Henrique Otero, Carlos Hernández Delfino y Simón Alberto Consalvi.


Ellos , a través de las instituciones que dirigen, han tenido la iniciativa de publicar esta colección de biografías que tienen la virtud –en mi opinión– de elevar la autoestima del venezolano, al recordarnos que tenemos recursos humanos invalorables que han estado a la altura de los desafíos de nuestra historia.

Cuando comencé a investigar sobre la vida de Cecilia Pimentel ya tenía un conocimiento previo sobre sus logros, principalmente en el área de servicio social a los leprosos y confiaba también en los recuerdos familiares, los recuerdos de mi infancia, en la cual estuvo presente Cecilia, por ser ella vecina y amiga de mis padres y de mis abuelos.

La pequeña casa de Cecilia Pimentel en Puente Hierro estaba siempre abierta, tanto para sus amigos y vecinos, así como para artistas, intelectuales, políticos y, sobre todo, para sus queridos enfermos.

En su estudio, Cecilia tenía una enorme máquina de escribir, numerosos libros y documentos, principalmente sobre la lepra, así como libros sobre historia de Venezuela. Era su lugar de trabajo, donde organizaba campañas para recabar fondos para sus obras sociales, donde se reunía con sus colaboradores y planificaba numerosas actividades. Era –también– el sitio donde recibía a sus invitados, a los periodistas y a todo aquel que manifestara interés en colaborar con sus obras.

A ambos lados de su casa, estaban las viviendas de sus dos hermanas: Doña Clara Pimentel de Villalba y doña Melicia Pimentel de Loero. Las tres hermanas Pimentel permanecieron toda la vida tan unidas como en su juventud, compartiendo las penurias y las alegrías, como hacen las familias con profundos vínculos afectivos. El clan de los Pimentel Agostini, como bien decía Cecilia, al referirse a su familia, se distinguió siempre por una natural inclinación hacia las manifestaciones culturales, así como hacia la solidaridad entre sus miembros, solidaridad que extendían hacia la sociedad venezolana.

Cuando me propuse la tarea de escribir la biografía de Cecilia Pimentel, y comencé a investigar datos sobre su vida, se me revelaron sorprendentes facetas que hasta ese momento no conocía. Con cada visita a una
biblioteca, con cada artículo descubierto en los periódicos amarillentos de diversas hemerotecas, se me fueron revelando los diferentes matices de una vida muy rica en la capacidad de dar y darse al prójimo, teniendo siempre como norte el amor por su patria: Venezuela.

Durante mi investigación pude comprobar que Cecilia fue –quizás sin jamás proponérselo- un personaje trascendente para el país, cuyas acciones estuvieron, de una manera discreta, relacionadas con la promoción de cambios muy importantes en el devenir de nuestra historia.

Fue criada en un hogar sólido, con padres que estimularon en Cecilia y sus hermanos el amor por las letras y las artes, además de valores como la honestidad, la integridad y la lealtad familiar.

Descendiente de ilustres ancestros y próceres de la Independencia, Cecilia y sus hermanos fueron conscientes desde una edad muy temprana de pertenecer a una familia de gran arraigo en la sociedad venezolana y quizás por ello, cuando la dictadura del General Juan Vicente Gómez se tornó más déspota y sanguinaria, ninguno de los hermanos dudó un instante en asumir lo que consideraban como un deber natural: luchar por instaurar los valores democráticos en una Venezuela enferma de caudillismo y atraso.

Cuando los hermanos varones de Cecilia –Tancredo, el capitán Luis Rafael y el inolvidable poeta y periodista Francisco Pimentel- cumplieron años de injusta prisión en La Rotunda y en el Castillo de Puerto Cabello, ella asumió el liderazgo de la familia, soportó con estoicismo los años en que la sociedad venezolana, rendida ante el dictador, les dio la espalda. Trabajó para mantener el hogar, escribió en la prensa clandestina, mantuvo unidos a los suyos, ofreció palabras de aliento a los familiares de los estudiantes y de otros presos políticos.

Cuando sucumbió el régimen gomecista y fue llamada por el Dr. Enrique Tejera Guevara, para hacerse cargo de la asistencia social a los leprosos, nuevamente se pusieron de manifiesto el sentido del deber y la generosidad de Cecilia Pimentel. Ante la inmensidad de la tarea encomendada, sin dudarlo, ofreció lo mejor de sí, se entregó a investigar y a emplear los métodos más modernos, en esa época, en materia de asistencia social para ayudar a mejorar la calidad de vida de los enfermos más rechazados por la sociedad.

Como si en cada enfermo, como si en cada niño o anciano marginado por sus semejantes viera el rostro de un hermano, de un conocido al cual fuera
imposible negarle una mano solidaria. Justamente, en el rechazo al que la sometió la sociedad en los tiempos de Gómez, encontró Cecilia Pimentel la inspiración para hacer todo lo contrario con los marginados y los enfermos.

Mejoró las condiciones de vida de los afectados por el Mal de Hansen, fundó casas hogares y escuelas para los hijos de los leprosos, contribuyó a establecer centros de asistencia para ancianos, reunió y atrajo simpatías hacia su obra por parte de venezolanos de todos los estratos y creencias. Sus esfuerzos lograron justo reconocimiento internacional al ser publicado en América Latina su informe sobre las condiciones sociales de los leprosos. Recibió el título de Mujer de las Américas 1959, galardón que aceptó honrada, como tributo a las luchas sociales de la mujer venezolana.

En el ámbito intelectual, resulta imprescindible su libro: “Bajo la tiranía: 1919-1935”, donde describe las penurias de los presos políticos, de los estudiantes y de una serie de familia indomables, que sobrevivieron con dignidad a una época terrible, dominada por la barbarie de un caudillo y la complicidad de una sociedad amedrentada. Fue también una inquieta colaboradora de diarios y revistas, pero fue, sobre todo, una mujer de acción. Así la describieron quienes la conocieron de cerca.

Ella fue la clase de persona que no titubeó un instante para hacer lo que las circunstancias que estaba viviendo su entorno, lo que ella consideraba su deber, le demandara.

Cecilia Pimentel, con su ejemplo, nos muestra que las soluciones a los problemas se encuentran en nuestras manos. Nos recuerda que mediante el camino de la solidaridad y la esperanza, puestos en acción, es posible motorizar los cambios que anhelamos y que es posible vivir una vida plena, al trabajar teniendo como propósito el bien colectivo. La vida de Cecilia Pimentel es un ejemplo del poder de los valores cívicos, puestos al servicio de los más nobles ideales.

Por su presencia y atención, muchas gracias.

martes, 6 de abril de 2010

My favorite shoes


No son precisamente los Manolo Blahnik por los que delira Carrie Bradshaw, una de las heroínas de Sex and the City…

Apenas la lluvia se apodera de mi entorno, no hay nada más cómodo y seguro que estos antiguos botines Timberland comprados en Pittsburgh en diciembre del 94; su superficie de Goretex los hace completamente impermeables y resistentes a nieve, agua, humedad y hasta al olvido en el fondo del closet durante la mayor parte del año.