lunes, 26 de diciembre de 2011

Los tres consejos (un cuento andino)



Hace poco estuve con unos amigos en la Hacienda El Carrizal, cerca del pueblo Los Nevados, en el estado Mérida. El Sr. Francisco, patriarca nonagenario del lugar nos contó a los caminantes una historia de la zona titulada: “Los tres consejos”. Probablemente se trata de un relato transmitido de manera oral que se ha conservado por generaciones y que manifiesta algunas raíces españolas, típicas de los Andes, donde el castellano antiguo no ha desaparecido por completo.

A continuación, transcribo una “versión libre”, basada en ese cuento o en lo que recuerdo de él… es una historia corta, pero interesante por la moraleja que contiene y la velada alusión a los arquetipos ancestrales del viaje del héroe. Estos arquetipos se encuentran en cuentos folclóricos, como demostró Vladimir Propp, en su Morfología del Cuento y en los arcanos mayores del Tarot de Marsella.

Los tres consejos

Había una vez tres jóvenes campesinos, digamos que sus nombres eran Roberto, Juan y José. Los tres estaban pasando momentos difíciles en su pueblo y decidieron irse a otras tierras por un tiempo para “buscarse la vida”. De los tres, el único casado era José, quien tenía a su joven señora y un niño de tres meses. Con pesar se despidieron de sus familiares y vecinos y caminaron entre los páramos sembrados de frailejones por varios días. El camino era largo e interminable; por momentos los rodeaba la neblina y cuando el cielo se abría podían divisar en lo alto el vuelo de las águilas y los cóndores.

Finalmente, llegaron a una hacienda muy bonita, más abajo de la sierra, donde inmediatamente les dieron trabajo. Ellos no lo sabían, pero el lugar era un “encanto”.

Roberto, Juan y José se dedicaron a trabajar como hacían en su tierra: sembraban los campos, atendían a los animales, limpiaban con afán los patios de la hacienda. Cuando habían transcurrido veintidós días pidieron que les arreglaran las cuentas para regresar con los suyos. Lo que los amigos no sabían era que el sitio estaba encantado y en realidad habían transcurrido veintidós años.

Roberto fue el primero en hablar con los patronos, quienes le hicieron una extraña propuesta:
-¿Usted quiere su dinero o tres consejos?
-Mi dinero – respondió Roberto, sin pensarlo demasiado.
Inmediatamente le dieron su dinero y le hicieron entrar a una habitación donde había una vieja amarrada a la pata de una cama. Roberto preguntó qué hacía esa señora ahí. Como respuesta a su curiosidad, lo dejaron trabajando en la hacienda por el resto de su vida.
Luego le tocó a Juan:
-¿Usted quiere su dinero o tres consejos?
-Mi dinero – también respondió Juan, muy decidido.
Luego de darle su pago, le hicieron entrar en la misma habitación donde estaba la vieja. Juan también preguntó qué hacía esa señora amarrada a la pata de la cama y siguió el mismo destino de su compañero.
Al llegar el turno de José y preguntarle su elección entre el dinero y los tres consejos, el muchacho reflexionó unos instantes antes de responder:
-Quiero los tres consejos.
Sonriendo, los patronos le dijeron:
-Ponga cuidado. Estos son los tres consejos: no pregunte lo que no le interese; no camine por desechos (atajos) y no se vaya a la primera.

José se quedó un poco perplejo al escuchar estas advertencias, pero como ya había tomado su decisión, decidió continuar su camino de regreso a su hogar.
Antes de salir, los patronos también lo hicieron pasar a la habitación donde estaba la vieja amarrada a la cama. José la vio con curiosidad, pero al acordarse del primer consejo, no dijo nada. Como premio al haber superado esta primera prueba, los patronos le dieron su pago y le obsequiaron una pistola para que se defendiera en el camino.

José caminó durante varios días por el páramo siguiendo el camino real por el que había transitado anteriormente con sus compañeros. Por momentos, el sendero le parecía muy largo y se sintió atraído por la idea de acortar el paso por una trocha que se encontraba a su izquierda, pero recordó el segundo consejo y se abstuvo de hacerlo. De esta manera se libró, sin saberlo, de unos ladrones que asaltaban siempre a quienes se desviaban de los caminos principales.

Finalmente, muy cansado, llegó a su pueblo y comenzó a ver todo muy cambiado. Los arbustos raquíticos que rodeaban a su calle eran ahora árboles frondosos, las calles de tierra y fango estaban empedradas y su casa tenía una cerca nueva de madera. Precisamente a través de una ventana de su casa observó una escena que lo perturbó. Un joven apuesto peinaba con cuidado la cabellera de su esposa. Enfurecido, José sacó del cinto la pistola, dispuesto a limpiar la afrenta disparando al que suponía amante de su señora. Entonces recordó el tercer consejo, guardó su arma y comprendió que no habían pasado veintidós días como él y sus compañeros creían sino veintidós años y el joven al que observaba por la ventana era su propio hijo que había dejado de tres meses de edad.

Esa noche hubo fiesta en el pueblo por el regreso del amigo al que creían desaparecido para siempre. La esposa de José preparó pizca y arepas, los vecinos hicieron un asado, hubo baile hasta el amanecer.

Cuando ya estaba clareando el día, José llamó aparte a su hijo y le dijo:
-Hay algo que te puede ser muy útil, como lo ha sido para mí… Son tres consejos…