La primera vez que escuché a Ella Fitzgerald, tenía como 15 ó 16 años. La descubrí en un disco de mi abuelo, titulado: All Star Festival. Este disco de pasta marcó mi iniciación musical en el jazz y me reveló a una intérprete singular, capaz de cantar swing, bebop, blues, baladas, bossa nova y además, improvisar cuando la música lo requería.
Ella Fitzgerald nació en 1917 en un hogar pobre de Virginia; desde muy pequeña se mudó a Nueva York; jamás conoció a su padre. Su madre también murió joven y Ella se vio en problemas con las autoridades en su adolescencia. Estuvo en reformatorios; su vida parecía destinada al fracaso. Pero una casual presentación en un show de aficionados la llevó a revelar al mundo su talento y a los 16 años entró en el mundo del espectáculo.
Ella tuvo una vida de altibajos. Se casó y divorció dos veces; adoptó a un hijo de su hermana que fue criado por otros familiares, debido a los múltiples compromisos laborales de su madre adoptiva. Compartió con las grandes estrellas de la canción de los años 40’s y 50’s, como Bing Crosby y Frank Sinatra, apareciendo en varias películas. Famosos son sus dúos con otro grande: Louis Armstrong. Viajó y fue admirada y aplaudida por todo el planeta, llegando a presentarse en Caracas en sus últimos años.
Poseedora, -aún en su madurez-, de una voz cómplice y alegre, siempre juvenil, como la de muchacha desenfadada que canta a la vida; fue la preferida de grandes compositores como George Gershwin, Harold Arlen, Irving Berlin y de músicos como Duke Ellington. Famosa también es su interpretación de Mack The Knife, grabada en vivo en Berlin en 1960, que la convirtió en la primera mujer que se atrevía a cantar una canción hasta entonces solo grabada por hombres. Ella olvida parte de la letra en esa importante presentación e improvisa, irreverente, burlándose de su propia falta de memoria. La improvisación o scat sería una de sus mejores atributos como cantante.
En 1996, ya muy enferma de diabetes, murió en Beverly Hills, rodeada por su hermana y sobrinos. Nadie como ella pudo interpretar el jazz con toda la carga de sentimientos propios de este ritmo universal: alegría, tristeza, melancolía, irreverencia. Nadie como Ella Fitzgerald.