A veces a uno le llegan los datos más
interesantes por las vías más insospechadas. Así me pasó con la quinoa. Esta
planta originaria de los territorios donde habitaron los Incas ofrece unas
semillas que constituyen un alimento rico en proteínas y al cual se le
atribuyen propiedades medicinales.
Paradójicamente, me enteré de su
existencia a través de revistas norteamericanas dedicadas al deporte, donde es
común encontrar recetas con quinoa, las cuales destacan las bondades de este
alimento y su uso por parte de atletas y deportistas recreacionales.
Lamentablemente, a pesar de contar con
varios estados andinos, en Venezuela no se cultiva la quinoa. Para conseguirla
hay que recurrir a algunos mercados donde se expenden granos y comida
importada, donde se vende a precios exorbitantes. Actualmente se cultiva en Perú,
Ecuador, Bolivia y, creo, también en Chile, Argentina y Colombia.
Afortunadamente, en Caracas hay los domingos un mercado de la colonia peruana
donde es posible comprar quinoa a precios razonables.
Para las personas que se encuentran a
dieta, es el alimento ideal ya que, a diferencia de otros granos como el arroz,
no engorda. Tampoco tiene colesterol ni grasas, mientras que sí posee fibra y
minerales.
¿Cómo se cocina la quinoa? Hay
diferentes maneras y en Internet numerosos sitios lo explican mejor que yo. Generalmente,
se puede cocinar igual al arroz. De hecho, es un excelente acompañante de un
plato principal. ¿A qué sabe la quinoa? Es difícil de explicar. No se parece a
nada que haya comido antes. Creo que sola no sabría a nada. El secreto está en
lo que le añades al cocinarla: ají dulce, sal y ajo, en mi caso. A mí me sabe a
gloria. Cuando la cocino, un aroma delicioso se esparce por la casa. Uno evoca
la sabiduría de los antiguos incas, para quienes era un alimento sagrado y se
apresura a la cocina para disfrutar de su exótico sabor. Cabe preguntarse si
este grano amarillento no sería el verdadero “Dorado” que los europeos no
supieron apreciar cuando conquistaron estas tierras.