Hace poco me trajeron de Madrid, La Ofensa, una breve novela que anhelaba leer desde el año pasado, cuando supe por Internet que había sido reconocida en España como uno de los mejores libros de 2007.
Es lamentable que las férreas restricciones a las importaciones de libros impuestas por el gobierno nos hayan privado a los venezolanos de apreciar valiosas obras internacionales. La Ofensa fue un suceso en el mundo hispanoamericano y aún ninguna librería venezolana –que yo sepa– la ofrece. Es la quinta novela de Ricardo Menéndez Salmón, un joven asturiano que ha logrado destacar en la narrativa española contemporánea.
En la primera parte de la novela –La Bestia Rubia– se narra cómo un tranquilo sastre alemán, Kurt Cruwell, es llamado a filas al estallar la Segunda Guerra Mundial. El joven se despide de su novia judía, a quien nunca volverá a ver y cumple con sus deberes de soldado adaptándose progresivamente a los avatares de la confrontación hasta que al presenciar una masacre, sufre una extraña reacción: su cuerpo pierde todo trazo de sensibilidad. En la segunda parte –Una Educación Sentimental– el joven intentará superar su enfermedad con la ayuda del Dr. Lasalle y de la enfermera Ermelinde. En la tercera –Esta Lágrima contiene un Mundo– Cruwell, ya casado y con una nueva identidad en el apacible Londres de postguerra, volverá a enfrentarse a un pasado que no le ofrecerá tregua.
Aunque ambientada en la Segunda Guerra Mundial, no se trata de la típica historia de nazis a las que Hollywood y cierta literatura nos tiene acostumbrados. Aquí el tema es la fragilidad del cuerpo ante la capacidad de infringir sufrimiento del ser humano. ¿Se trata de locura? En todo caso, de una locura del cuerpo: la total negación de los sentidos ante una realidad terrible e imposible de aceptar.
En el libro se aprecian alusiones a otras obras literarias. No en vano, el protagonista se llama Kurt, nombre similar al del personaje retratado por Joseph Conrad en El Corazón de las Tinieblas. Pero este Kurt enfrenta su viaje hacia el horror armado con una original barrera contra el dolor.
El tema –trágico y universal– podría haber sido abordado por un escritor de cualquier nacionalidad, pero bajo la óptica de Menéndez alcanza una sabia mezcla de mesura y emoción. Tan importante es lo que dice como lo que deja entrever a través de las elipsis de la historia. El ritmo varía de rápido a pausado en las dos primeras partes, para volverse trepidante en la tercera, invitando a una lectura ávida que probablemente sorprenderá al lector con un final inesperado y cargado de símbolos.
Hay quien califica a La Ofensa como “una metáfora de un siglo trágico”. No estoy segura de esta afirmación, pero sin duda, su lectura mueve a una muy universal reflexión sobre la capacidad degenerativa del mal y la fuerza redentora del bien, como eternos polos entre los cuales se desplaza la humanidad. Y, como todos los buenos libros, provoca en el lector más preguntas que respuestas.