Ya se acercan los Juegos Olímpicos de Londres y esa es una buena razón para releer “Londres” de Virginia Woolf. (Hay muchas otras razones por las cuales releer a la Woolf, pero ese no es el tema en esta oportunidad).
Solamente he estado una vez en Londres, pero tengo fresco el recuerdo de su ambiente tan particular, con neblina aún en primavera, sus monumentos históricos, la dignidad de sus edificios señoriales. Londres es una ciudad antigua que ha vivido tiempos de gloria y de zozobra. Vio el surgimiento de Shakespeare, los destrozos de la peste, el bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial, el atentado terrorista de principios de este siglo. Y siempre ha sobrevivido indómita.
El Londres sobre el cual nos escribe la Woolf es el de comienzos de los años 30’s del siglo XX, cuando la ciudad, el país y toda Europa se encontraban -sin saberlo- entre dos guerras mundiales. Se trata de unas cortas crónicas, una especie de mini ensayos llenos de una madura reflexión que nos llegan muchos años después de haber sido escritos. Afortunadamente, una editorial se tomó el trabajo de recopilar varios textos sobre la capital británica que la escritora había publicado en una revista entre 1931 y 1932.
De la pluma de Virginia logramos conocer el mundo del cotilleo social en una época en la que no existía Twitter; la vida comercial de la ciudad a través de sus muelles y de sus calles más transitadas; la arquitectura de las casas que habitaron los prohombres ingleses; detalles sobre algunos de los grandes monumentos de la ciudad, así como el discurrir de la vida política de la Cámara de los Comunes.
Virginia Woolf, sin jamás sospecharlo, nos ayuda hoy con sus escritos a preparar el ánimo para las justas deportivas que mantendrán en vilo a millones de personas en el planeta a través de los medios de comunicación. Todos pendientes de Londres, gran ciudad anfitriona de los próximos Juegos Olímpicos.