Acabo de leer “Los Detectives Salvajes”, de Roberto Bolaño. Este escritor ha sido para mí un descubrimiento. Murió en el 2003, con apenas cincuenta años. Quizás el hecho de morir joven y en plena producción literaria ha contribuido a que ya forme parte de la leyenda de la literatura latinoamericana.
Bolaño era chileno, criado en México. Fue bastante bohemio. Vivió aceleradamente, con temporadas en Europa, viajes por Africa y América Latina. Murió esperando un trasplante de hígado que nunca llegó. Estaba considerado un “niño terrible”, no tenía pelos en la lengua para despotricar de los escritores comerciales y de todo lo que no considerara auténtico en el arte de la escritura.
También fue un escritor de obras monumentales. “Los Detectives Salvajes” tiene casi 600 páginas. Su obra póstuma: “2666” supera las mil. Con la primera ganó dos importantes premios literarios: nuestro “Rómulo Gallegos” y el Premio Herralde de Novela.
Los Detectives Salvajes es una obra fascinante. Impresiona su originalidad. Personalmente, me recordó por momentos los laberintos de “Rayuela”, de Cortázar; los rasgos de humor e intimismo de “La Vida Exagerada de Martín Romaña”, de Bryce Echenique y “Las Mil y Una Noches”, por la capacidad de concatenación de historias que se remiten unas a otras a lo largo del libro.
La novela está dividida en tres partes: Mexicanos perdidos en México; Los Detectives Salvajes y Los Desiertos de Sonora. La narración no es lineal. La acción de la primera parte comienza en 1975, con el diario del joven poeta García Madero, quien se une a una generación de poetas vanguardistas, encabezados por el mexicano Ulises Lima y el chileno Arturo Belano. Los real visceralistas, como se autodenomina el grupo, siguen los postulados de una poeta de los años veinte, Cesárea Tinajero.
En la segunda parte, la acción transcurre entre 1976 y 1996, siguiendo los viajes y vicisitudes de Belano y Lima, convertidos en los detectives salvajes, por varios continentes. En la tercera, se vuelve a 1976, al diario de García Madero y a los acontecimientos que suceden en la búsqueda frenética de Tinajero en los desiertos de Sonora. Esto permite al lector saber el final de la historia en la segunda parte, lo que puede sonar desconcertante, sólo para descubrir que hay muchos detalles ocultos que sólo serán explicados al leer la tercera parte.
Lo que más me gustó es que hay una multiplicidad de narradores. Más que el tema en sí, me parece extraordinaria la manera de narrarlo, la originalidad de hacer que todos los personajes muestren sus puntos de vista. La manera como el autor trató cada personaje, con sus historias individuales, con un tono apropiado para cada uno, pero al mismo tiempo guardando la ilación con los otros narradores.
Hay personajes entrañables, a quienes uno termina por tomarles cariño, después de tener leídas unas 300 páginas de sus disparatadas vidas, como Juan García Madero, Quin Font y su familia, Amadeo Salvatierra, Piel Divina, Auxilio.
Personalmente, pienso que Bolaño dibuja mejor los personajes masculinos. Me quedé con muchas dudas sobre la vida interna de las hermanas Font, miembros de una familia encantadoramente disfuncional y decadente, donde todos parecen competir por ver quién está más loco.
Fue una lectura por momentos densa, a ratos muy divertida, oscura, trágica, conmovedora. Descubrí en un site su discurso de aceptación del Premio de Novela Rómulo Gallegos. No tiene desperdicio. Para los interesados, aquí está el enlace:
http://sololiteratura.com/php/docinterno.php?cat=miscelanea&doc=87