domingo, 29 de julio de 2007

Suite Francesa II: La Era de la Intolerancia




Sigo con Suite Francesa. En realidad, el proyecto original de Nemirovsky era una enorme novela que abarcara toda la guerra, en cinco partes: Tormenta en Verano, Dolce, Cautiverio, La Batalla, La Paz. Lamentablemente, Irene sólo completó las dos primeras partes y llegó a delinear trozos de las restantes, antes de ser deportada a Auschwitz.

Quizás uno de los atractivos de la novela es que describe a gente común mientras huye de la capital hacia el interior de Francia, buscan refugio, esquivan las bombas; los ricos, negándose a aceptar su situación de fragilidad ante el avance de los nazis; otros, luchando por un poco de comida y un espacio en el piso para poder dormir. Todos, a veces presa de una quieta desesperación o simplemente resignados a lo peor.

La obra publicada también contiene dos apéndices interesantes: en uno se publican las cartas de la escritora y las de su esposo, cuando trató inútilmente de salvarla, así como la correspondencia con sus editores, documentos históricos de sumo interés.

En el otro apéndice están las notas que hizo Irene sobre la obra, se pueden leer sus apuntes sobre los personajes, cómo delineaba el argumento, qué efectos esperaba crear en el lector, todo salpicado con reflexiones personales sobre la vida, la guerra y el tiempo en que le tocó vivir.

Para los aprendices de escritores estos documentos son bien valiosos. Irene, por su origen ruso, admiraba a Tolstoi y citaba sus obras; aunque escribe en francés, hace observaciones en ruso y en inglés; era una mujer culta, refinada y muy observadora.

En un determinado momento hace una reflexión sobre Hitler y los nazis que demuestra su enorme y trágica lucidez:

“Están tratando de hacernos creer que vivimos en una era de comunidad, en la cual el individuo debe perecer para que la sociedad pueda vivir, y no queremos ver que es la sociedad la que está muriendo para que los tiranos puedan vivir”.


En la dedicatoria de la obra, Denise Epstein, la hija mayor de Irene y quien rescató su obra, hace un homenaje a sus padres y a todas las personas que han sufrido o sufren la tragedia de la intolerancia.

lunes, 23 de julio de 2007

Suite Francesa: el Poder de las Palabras



En julio de 1942, justo unos minutos antes de ser arrestada para ser deportada hacia un campo de concentración, la escritora judía Irene Nemirovsky le dio a su hija Denise, entonces de 12 años, una carpeta de cuero llena de papeles y le pidió que se los cuidara porque ella se iba a un largo viaje.

Irene nunca regresó. Su hija guardó por muchos años esos papeles sin saber que cuando los leyera, muchos años después, estaría en presencia de un descubrimiento maravilloso: el poder de las palabras.

Irene Nemirovsky, la madre de Denise, nació en Rusia en 1903, en una familia judía de clase media alta. Con la llegada de la revolución comunista, la familia huye hacia Francia. Irene se dedica a escribir y publica su primera novela a los 26 años. Se casa con el banquero Michel Epstein, tienen dos hijas y sigue publicando novelas exitosas durante los años 30, ya convertida en una intelectual reconocida en su país adoptivo.

Pero en 1939 estalla la Segunda Guerra Mundial y ante el avance de los nazis hacia Francia, todos los judíos se encuentran en peligro. Los alemanes ocupan París. Irene, su esposo y sus hijas huyen al interior de Francia.

La escritora, por ser una figura pública, es reconocida y arrestada. Su esposo Michel hace miles de gestiones para tratar de liberarla y al final, también es apresado. Ambos mueren en el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia. Mientras tanto, las pequeñas hijas de la pareja, de 12 y 5 años, respectivamente, viven miles de peripecias huyendo de los nazis, bajo la protección de la familia de su nana.

Cuando la guerra termina, las niñas son adoptadas, crecen, se casan y forman sus propias familias. Aunque conserva los papeles de su madre, Denise posterga el momento de leerlos porque le resulta muy doloroso. Pasan 10, 20, 30, 40 , 50 años y es a mediados de los 90, cuando ya Denise es una abuela, que se atreve a leerlos y descubre algo maravilloso: los viejos papeles de la carpeta de cuero contenían una novela, la última escrita por su madre y que tituló: Suite Francesa. El tema: la vida de parisinos de diferentes clases sociales a quienes les toca huir de los alemanes, en plena II Guerra Mundial. Fue escrita en diversos trozos de papel, porque en la guerra escaseaba este material. Es una novela hermosa, conmovedora, muy realista; la autora simplemente tomó lo que estaba sucediendo y lo plasmó en unos personajes.

Denise llevó los textos a una editorial y la novela se imprimió y fue un suceso de ventas. Suite Francesa ganó en el 2004 el premio Goncourt de literatura, siendo la primera vez que un escritor obtiene ese galardón después de haber fallecido.

Es imposible saber si en sus últimos y angustiosos días en Auschwitz, Irene Nemirovsky pudo haber tenido tiempo para pensar en el destino de su obra, pero hoy en día, su hija y sus nietos se encuentran felices de haberla revivido de alguna manera. Denise piensa que al recuperar su obra póstuma, se demuestra que los nazis nunca pudieron realmente acabar con su madre.

Hoy en día los nazis han desaparecido, mientras que la obra Suite Francesa ha sido traducida a más de 30 idiomas y es uno de los libros más vendidos y aclamados por su calidad literaria, lo cual demuestra que la creatividad y el poder de las palabras son más fuertes que la violencia y la injusticia.

sábado, 21 de julio de 2007

Thank you, J.K.Rowling


Por fin lo tengo en mis manos; sí, el último libro de la serie sobre Harry Potter. Desde el año 2000, cuando leí el primero de la saga, quedé atrapada como otros muchos adultos contemporáneos por las aventuras y desventuras del niño mago.

Que si es un bestseller, que si forma parte de una gigantesca estrategia de mercadeo, que si la autora es multimillonaria y ha sabido vender su obra y venderse a sí misma. Pues, como dicen los gringos: who cares! (¡a quien le importa!)

A J. K. Rowling le doy las gracias por dos cosas: la primera es haberme devuelto a la infancia aquel domingo inolvidable de 2000, cuando me devoré de un tirón: Harry Potter y la Piedra Filosofal; y la segunda, haber contribuido enormemente a poner de moda en esta época -en la que parecía destinado a morir- al hábito de la lectura.

Creo que de ahora en adelante habrá una generación más atraída por la lectura que en los últimos 15 años. Eso se lo debemos a Rowling. Por otra parte, más allá de la estrategia mediática global lanzada y magnificada por los medios de todo el mundo, hay que recordar que algo parecido ocurría con las novelas por entregas de otro compatriota suyo: Charles Dickens. En algún lado leí que cuando sus novelas llegaban a través de los barcos ingleses a Estados Unidos, la gente se atropellaba por un lugar en el puerto para poder saber de primera mano el destino de sus personajes, así que esta expectativa no es tan nueva. Sólo es una cuestión de épocas y medios de comunicación diferentes.
¡Vaya con estos escritores ingleses y su manera de trabajar el suspenso! ¡Gracias una vez más, Mrs. Rowling!

miércoles, 11 de julio de 2007

Gardel y Cabrujas: dos recuerdos



Afortunadamente pude disfrutar de una de las últimas funciones de “El día que me quieras”, la obra teatral de José Ignacio Cabrujas, interpretada por el Grupo Actoral 80, bajo la dirección de Juan Carlos Gené. La fina ironía de sus diálogos, la mezcla de humor y drama muy bien balanceados y la acertada puesta en escena mantuvieron la atención del público que llenó la sala del CELARG.

La pieza me trajo recuerdos de dos personajes; por un lado, uno sureño (Gardel) y por otro, un venezolano, Cabrujas. De Gardel me consta el fervor que despertó su visita en Venezuela poco antes de su trágica desaparición. Mis abuelos valencianos recordaban el revuelo que causó al presentarse en esa ciudad. El cantante visitó Caracas, Valencia y Maracay. Aunque no pudieron asistir a su presentación en el teatro, sí pudieron atisbarlo en la calle, cuando pasó frente a la casa familiar saludando a la multitud que colmaba las calles. Mi abuelita –como Matilde en la obra de Cabrujas- juraría siempre que el Morocho del Abasto le dirigió una mirada y un saludo desde su automóvil.

De mi admirado Cabrujas recuerdo su amabilidad cuando un grupo de estudiantes de Comunicación Social lo asediamos a preguntas para un trabajo universitario, allá en los lejanos años 80. Pero también vuelve a mi memoria ese domingo de 1995 cuando me encontraba estudiando en Pittsburgh y una llamada de otra estudiante venezolana me puso al tanto de la noticia de su muerte. Fue un momento triste. Para ese momento éramos muy pocos –unos ocho- los estudiantes venezolanos en Duquesne University. Ambas no éramos muy amigas, pero en ese momento olvidamos nuestras diferencias, nos dimos el pésame y conversamos un rato largo sobre nuestro admirado escritor. Después traté de explicarle a mi room -mate croata que había desaparecido un importante intelectual de mi país. Sentí un vacío por partida doble: el de la partida de Cabrujas y el no poder compartir con nadie ese sentimiento. Ya la tristeza pasó, pero el vacío que dejó sigue intacto.