domingo, 26 de agosto de 2007

Orbitrek


Contrariamente a lo que piensa la mayoría, el ejercicio no sólo es para los gordos. También se aplica a los flacos la larguísima lista de sus beneficios a la salud, rebaja del colesterol, etc; pero a mí lo que me importa es que sencillamente me gusta y es una de las actividades que me desestresa, lo malo es que en estos días no he podido ejercitarme como acostumbro.

Trabajo en el centro de Caracas y vivo en el Este, así que el regreso a casa es toda una proeza; me salí del gimnasio al que acudía un par de veces a la semana, últimamente llegaba demasiado tarde y tenía que hacer cola para usar los aparatos. Por otra parte, las lluvias que azotan la capital en los últimos meses me han alejado de mi primera opción que es hacer ejercicio al aire libre. Así que decidí copiar lo que muchos cultores del ejercicio hacen: llevar el gimnasio a la casa.

Luego de estudiar y medir todos los aparatos cardiovasculares que ofrecen las tiendas especializadas: trotadoras, bicicletas, etc, me decidí por la Orbitrek, total, es la que usaba en el gimnasio y ahora me saldría más barato tenerla en casa.

Comparé precios, visité tiendas hasta que conseguí lo que buscaba a un precio razonable. En fin, elegí la más barata, sin pulsómetro porque ya tengo uno. El problema era que el aparato en cuestión pesa unos 25 kilos y las tiendas, si te lo dan armado no te lo llevan hasta tu casa y si lo entregan en tu hogar viene desarmado en una cajota que tienes que romper para empezar el suplicio del ensamblaje de las piezas.

Cuando le pregunté a la chica de Beco si era muy difícil armarla, la joven sonrió beatífica y me aseguró que ella misma lo había hecho varias veces y era facilito. No sé por qué, pero no le creí. De todos modos, compré la Orbitrek y me la llevaron puntualmente el viernes en la tarde. Cuando abrí la caja y pude hojear las instrucciones casi me desmayo. Hay un gráfico que incluye una 70 piezitas, el lenguaje me lucía esotérico, plagado de palabras como pivote, cigueñal, arandela, que me evocaban (¡no sé por qué!) las partes de un barco. Luego del susto me alejé de la caja por un par de horas para asimilar el golpe.

Cuando me le acerqué nuevamente, ya había decidido llamar a un amigo (¡o a dos!) que me pudiera ayudar. ¡Este no es trabajo para jevas!, pensé. Pero un poco por curiosidad, comencé a observar el diagrama y a ensamblar las piezas y en una hora y cinco minutos... milagrosamente... ¡lo logré!

Sólo como medida de precaución, tengo a mano las herramientas, en caso de que algo se afloje.

sábado, 18 de agosto de 2007

Días de taxis y jazz


En las últimas tres semanas la desidia y la mediocridad de un taller mecánico me mantuvieron a pie, en metro y camionetica hasta que un intento de asalto me obligó a tomar la onerosa decisión de contratar un servicio de taxis para trasladarme.

El gasto tuvo sus compensaciones. Me encontré con unos taxistas amables y sibaritas, casi insólitos en esta Caracas infernal. Hablamos de cocina gourmet, deportes y jazz, sobre todo con uno de ellos, apodado “el melómano”. Este amigo logró calmar mis ánimos de estresada caraqueña con los acordes de Ella Fitgerald, Glenn Miller, Michelle Camilo, Chic Corea y un largo etcétera del mejor jazz de todos los tiempos.
Así que regresé a mis orígenes. La música que a lo mejor no sacudió a todo el mundo, pero a mí me deleita desde los 16 años. Desempolvé entre mis CD’s la copia del álbum de pasta del abuelo que me reveló el jazz por primera vez: All Star Festival, un disco que sacaron las Naciones Unidas en los 50’s ó 60’s para ayudar a los refugiados del mundo. No sé si la ONU logró su cometido, pero al menos yo me refugié nuevamente en las voces inolvidables de: Louis Armstrong, Bing Crosby, Maurice Chevalier, Nat “King” Cole, Doris Day, Ella Fitzgerald, Nana Mouskouri, Patti Page, Luis Alberto del Paraná, Edith Piaf, Anne Shelton, Caterina Valente y la gran, inmortal Mahalia Jackson.

martes, 14 de agosto de 2007

Gerbasi y la ciudad


Es curioso, el hombre que le cantó al campo, al pueblo, al padre y a la nostalgia también dedicó unos versos al desconcierto citadino:

La ciudad es una torpe ruina de pasiones,
donde el musgo cubrirá el color de su hermosa arquitectura,
y entre sus torres pasarán las aves,
en el canto, siguiendo primaveras...

Vicente Gerbasi