viernes, 16 de abril de 2010

Honor a una gran venezolana



Presentación de la biografía: Cecilia Pimentel, en El Nacional, el 13-04-10


Buenas noches.

Además de agradecer las generosas palabras de Pancho Villalba Pimentel, sobrino de Cecilia Pimentel, así como su presencia y estímulo, quisiera hacer un reconocimiento a la Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y la Fundación Bancaribe, en las personas de Miguel Henrique Otero, Carlos Hernández Delfino y Simón Alberto Consalvi.


Ellos , a través de las instituciones que dirigen, han tenido la iniciativa de publicar esta colección de biografías que tienen la virtud –en mi opinión– de elevar la autoestima del venezolano, al recordarnos que tenemos recursos humanos invalorables que han estado a la altura de los desafíos de nuestra historia.

Cuando comencé a investigar sobre la vida de Cecilia Pimentel ya tenía un conocimiento previo sobre sus logros, principalmente en el área de servicio social a los leprosos y confiaba también en los recuerdos familiares, los recuerdos de mi infancia, en la cual estuvo presente Cecilia, por ser ella vecina y amiga de mis padres y de mis abuelos.

La pequeña casa de Cecilia Pimentel en Puente Hierro estaba siempre abierta, tanto para sus amigos y vecinos, así como para artistas, intelectuales, políticos y, sobre todo, para sus queridos enfermos.

En su estudio, Cecilia tenía una enorme máquina de escribir, numerosos libros y documentos, principalmente sobre la lepra, así como libros sobre historia de Venezuela. Era su lugar de trabajo, donde organizaba campañas para recabar fondos para sus obras sociales, donde se reunía con sus colaboradores y planificaba numerosas actividades. Era –también– el sitio donde recibía a sus invitados, a los periodistas y a todo aquel que manifestara interés en colaborar con sus obras.

A ambos lados de su casa, estaban las viviendas de sus dos hermanas: Doña Clara Pimentel de Villalba y doña Melicia Pimentel de Loero. Las tres hermanas Pimentel permanecieron toda la vida tan unidas como en su juventud, compartiendo las penurias y las alegrías, como hacen las familias con profundos vínculos afectivos. El clan de los Pimentel Agostini, como bien decía Cecilia, al referirse a su familia, se distinguió siempre por una natural inclinación hacia las manifestaciones culturales, así como hacia la solidaridad entre sus miembros, solidaridad que extendían hacia la sociedad venezolana.

Cuando me propuse la tarea de escribir la biografía de Cecilia Pimentel, y comencé a investigar datos sobre su vida, se me revelaron sorprendentes facetas que hasta ese momento no conocía. Con cada visita a una
biblioteca, con cada artículo descubierto en los periódicos amarillentos de diversas hemerotecas, se me fueron revelando los diferentes matices de una vida muy rica en la capacidad de dar y darse al prójimo, teniendo siempre como norte el amor por su patria: Venezuela.

Durante mi investigación pude comprobar que Cecilia fue –quizás sin jamás proponérselo- un personaje trascendente para el país, cuyas acciones estuvieron, de una manera discreta, relacionadas con la promoción de cambios muy importantes en el devenir de nuestra historia.

Fue criada en un hogar sólido, con padres que estimularon en Cecilia y sus hermanos el amor por las letras y las artes, además de valores como la honestidad, la integridad y la lealtad familiar.

Descendiente de ilustres ancestros y próceres de la Independencia, Cecilia y sus hermanos fueron conscientes desde una edad muy temprana de pertenecer a una familia de gran arraigo en la sociedad venezolana y quizás por ello, cuando la dictadura del General Juan Vicente Gómez se tornó más déspota y sanguinaria, ninguno de los hermanos dudó un instante en asumir lo que consideraban como un deber natural: luchar por instaurar los valores democráticos en una Venezuela enferma de caudillismo y atraso.

Cuando los hermanos varones de Cecilia –Tancredo, el capitán Luis Rafael y el inolvidable poeta y periodista Francisco Pimentel- cumplieron años de injusta prisión en La Rotunda y en el Castillo de Puerto Cabello, ella asumió el liderazgo de la familia, soportó con estoicismo los años en que la sociedad venezolana, rendida ante el dictador, les dio la espalda. Trabajó para mantener el hogar, escribió en la prensa clandestina, mantuvo unidos a los suyos, ofreció palabras de aliento a los familiares de los estudiantes y de otros presos políticos.

Cuando sucumbió el régimen gomecista y fue llamada por el Dr. Enrique Tejera Guevara, para hacerse cargo de la asistencia social a los leprosos, nuevamente se pusieron de manifiesto el sentido del deber y la generosidad de Cecilia Pimentel. Ante la inmensidad de la tarea encomendada, sin dudarlo, ofreció lo mejor de sí, se entregó a investigar y a emplear los métodos más modernos, en esa época, en materia de asistencia social para ayudar a mejorar la calidad de vida de los enfermos más rechazados por la sociedad.

Como si en cada enfermo, como si en cada niño o anciano marginado por sus semejantes viera el rostro de un hermano, de un conocido al cual fuera
imposible negarle una mano solidaria. Justamente, en el rechazo al que la sometió la sociedad en los tiempos de Gómez, encontró Cecilia Pimentel la inspiración para hacer todo lo contrario con los marginados y los enfermos.

Mejoró las condiciones de vida de los afectados por el Mal de Hansen, fundó casas hogares y escuelas para los hijos de los leprosos, contribuyó a establecer centros de asistencia para ancianos, reunió y atrajo simpatías hacia su obra por parte de venezolanos de todos los estratos y creencias. Sus esfuerzos lograron justo reconocimiento internacional al ser publicado en América Latina su informe sobre las condiciones sociales de los leprosos. Recibió el título de Mujer de las Américas 1959, galardón que aceptó honrada, como tributo a las luchas sociales de la mujer venezolana.

En el ámbito intelectual, resulta imprescindible su libro: “Bajo la tiranía: 1919-1935”, donde describe las penurias de los presos políticos, de los estudiantes y de una serie de familia indomables, que sobrevivieron con dignidad a una época terrible, dominada por la barbarie de un caudillo y la complicidad de una sociedad amedrentada. Fue también una inquieta colaboradora de diarios y revistas, pero fue, sobre todo, una mujer de acción. Así la describieron quienes la conocieron de cerca.

Ella fue la clase de persona que no titubeó un instante para hacer lo que las circunstancias que estaba viviendo su entorno, lo que ella consideraba su deber, le demandara.

Cecilia Pimentel, con su ejemplo, nos muestra que las soluciones a los problemas se encuentran en nuestras manos. Nos recuerda que mediante el camino de la solidaridad y la esperanza, puestos en acción, es posible motorizar los cambios que anhelamos y que es posible vivir una vida plena, al trabajar teniendo como propósito el bien colectivo. La vida de Cecilia Pimentel es un ejemplo del poder de los valores cívicos, puestos al servicio de los más nobles ideales.

Por su presencia y atención, muchas gracias.

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