miércoles, 31 de agosto de 2011

Entre médicos, con "Blanco Nocturno"



Creo que siempre voy a recordar mi lectura de Blanco Nocturno, del argentino Ricardo Piglia, asociada a los lugares donde leí esta novela, ganadora de la última edición del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos.

Por una circunstancia casual, en los últimos dos meses he transitado de clínica en clínica, de médico en médico, bien sea acompañando a un familiar o para hacerme yo misma una serie de exámenes fastidiosos, pero necesarios, de la clase de chequeos que uno siempre trata de postergar o eludir.

Recientemente hice dos descubrimientos: agosto es el mejor mes para ir al médico porque las clínicas y consultorios bajan notablemente su afluencia por el asueto vacacional; lo segundo es que la mejor manera de enfrentar las revisiones de salud es con un libro en la mano; un libro bueno, preferiblemente, que uno no haya leído nunca. Descarto las relecturas porque uno puede distraerse fácilmente con el ambiente externo cuando el texto no depara mayores sorpresas.

Un libro interesante, absorbente, es como un escudo protector contra la impaciencia de los otros pacientes y la propia, las interminables horas y las conversaciones llenas de lugares comunes de quienes comparten una estrecha sala de espera.

Comencé mi lectura de la novela de Piglia en una de estas salas. La descripción de la personalidad carismática de Tony Durán y su asesinato se me revelaron en un laboratorio, tratando de seguir las contradictorias órdenes de la bioanalista: “relájese, pero apriete el puño, para que se vea la vena”.

Me atrapó el extraño trío que forma Durán en la novela con las gemelas Belladona, unas ricachonas malcriadas de la provincia argentina, mientras me sometía a ecosonogramas y exámenes radiológicos. Los pormenores del arresto del valet japonés Yoshio me encontraron con un “Hollster”, incómodo aparatico para medir la tensión por 24 horas y que propicia el insomnio al prenderse cada media hora… ¡Qué hubiera sido de mi obligado insomnio de esa noche sin las certeras deducciones del comisario Croce, las pesquisas del periodista Renzi, sin la decadencia que se traga la fábrica de Luca Belladona!

A diferencia de los personajes, al final descubrí que estoy bien, no tengo nada; valió la pena esa procesión entre clínicas y laboratorios. Pero aún quedaba novela y no me quedó más remedio que terminar la lectura en la antesala del odontólogo. Una lectura que comenzó como un policial más, con un muerto, montones de sospechosos y un comisario sagaz, pero que se fue transformando en algo mayor, en la revelación de un colectivo decadente y siniestro, empeñado en que todo siga como está, aunque en el camino el hombre con algo de dignidad pierda su moral y su cordura.

2 comentarios:

LUIS RUIZ PINILLA dijo...

Me encanta que Piglia pusiera notas a pie de pagina en esta novela..Creo que es mas completa que Plata Quemada.

Aurora Pinto dijo...

Es una cuestión de gustos... A mí no me pareció que las notas de pie de página fueran indispensables para la novela... Igual es una novela completa, densa y que admite muchas lecturas...