viernes, 29 de junio de 2007

Mi parque



El parque es de todos y de nadie, pero hoy es mío. Sí. Soy dueña de un espacio público. Lo poseo porque sólo yo subo hasta él trotando desde la redoma, paso al lado de las hileras de quintas silenciosas y me instalo a estirarme sobre el banco, mientras recupero la respiración.

Luego me vuelvo sin prisa y contemplo el cerro.

Es curioso, cuando estoy en el parque mis ojos se dirigen automáticamente hacia la montaña, quisiera penetrar sus secretos; y cuando estoy en el cerro, sin proponérmelo busco mi parque en el áspero entramado de la ciudad. Ambos –cerro y parque- me pertenecen. ¿O será que yo les pertenezco?

sábado, 23 de junio de 2007

¿Por qué leo?


Uno de mis más claros recuerdos de infancia es el de las mañanas de los sábados y domingos en casa de mi abuelita en Puente Hierro. Los adultos habían comenzado el día generalmente muy temprano; ya habían hecho el mercado en Quinta Crespo y mis padres y mis abuelos maternos -mientras las ollas ardían en la cocina para el almuerzo- se congregaban en el recibo entregados al ritual que los mantenía muy silenciosos y tranquilos: leer el periódico.

Se repartían los cuatro cuerpos de El Nacional y cada quien se enfrascaba en su sección favorita por un rato hasta que alguno comenzaba a comentar lo leído y a intercambiarlo con sus compañeros de lectura. Recuerdo que a mis tres o cuatro años me maravillaba que un trozo de papel lograra detener a los adultos de su frenética actividad. Algo importante debía tener el periódico y la lectura para entretenerlos de esa manera. A mí sólo me interesaban las comiquitas y muchas veces perseguía a mi papá por toda la casa –quizás en los momentos más inoportunos- para que me leyera las peripecias del Fantasma o de Popeye.

Generalmente él o algún otro adulto me las leía, pero a veces me hacían esperar mientras terminaban sus asuntos y yo me moría de impaciencia. Esta limitación probablemente despertó mis primeros anhelos de independencia. Me recuerdo pensando más o menos en estos términos: “tengo que aprender a leer pronto para no depender de nadie y poder hacerlo yo sola”.

El kinder no me atraía para nada; detestaba levantarme temprano, abandonar mi rol de princesa consentida en la casa de los abuelos, quienes fungían como los babysitters de la época; las monjas me parecían tétricas con sus uniformes negros de velos puntiagudos; la disciplina, un castigo. Creo que me rebelé por unos meses y no volví al colegio hasta que las ganas de aprender a leer me vencieron. El día en que pude leer mi primera frase corrida se abrió para mí un mundo donde cabían los más originales personajes, los sueños imposibles, las leyendas fascinantes; en fin, el mundo de Sherezade se me ofreció como un juguete nuevo que aún tiene la virtud de no cansarme y donde sé que puedo refugiarme a voluntad. Un libro es el mejor regalo, me ofrece la alegría de un mundo nuevo, un universo paralelo donde intento saciar mi curiosidad; el “sueño vívido y continuo” del que hablaba John Gardner al referirse a la ficción.

sábado, 16 de junio de 2007

Fragmento de mi diario del Camino de Santiago








Viernes 25 de mayo de 2001

Hoy salimos caminando desde Sarria como a las 9:30 o un poco antes. Sellamos nuestros pasaportes en el hotel y en la estación de policía. Las calles son muy pintorescas, pasamos por un monasterio del siglo XIII, llamado de la Magdalena, frente a un cementerio antiguo. La temperatura era de 8° C y el tiempo estaba nublado. Saliendo del pueblo, el camino pasa por unos bosques preciosos con puentes de piedra y una vía de ferrocarril a su derecha, luego sigue por campos cultivados, vimos rebaños de vacas y de cabras y algunos campesinos. Nos saludan con un “¡Buen camino!”. Son educados, amables y un poco tímidos.

Cuando llevábamos menos de una hora caminando pasamos por Rente y otros pequeños pueblitos (villas), atravesamos varios ríos por pequeños puentes. En un albergue de piedra en Barbadelos (¡bueno, casi todo es de piedra por aquí!) nos sellan el pasaporte nuevamente. Me fijé en unas construcciones rectangulares que hay en los campos. Olga me explicó que son graneros llamados hoirros, están construidos a un medio metro sobre el piso para que los roedores y otros animales no los alcancen ni se inunden cuando llueva mucho.

Luego llegamos a un punto donde se atraviesa la carretera y aprovechamos para comer un poco y descansar. Después pasamos por Ferreiros, donde hay un albergue y un pequeño bar, puse el sello en el albergue y continué hacia Portomarín. Los pies me molestaban bastante, especialmente el derecho, pero fui despacio, saboreando el camino, tomando fotos y filmando. Hay un puente enorme sobre el río Miño que conduce a la ciudad. Este río llega hasta Portugal. Después del puente hay unas escaleras sobre un pequeño puente que lleva hasta una especie de capillita. Adentro pude divisar la imagen de un santo. Creo que es Santiago. Subí, tomé fotos y filmé a través de la reja, y seguí por el camino de la derecha buscando la posada. Las calles están bastante solitarias. Le pregunté a una señora rubia, pero resulta que era una turista alemana y no hablaba ni inglés. Entonces divisé a una señora local vestida de negro y le pregunté a ella. Fue muy amable al indicarme en gallego la dirección de la Pousada de Portomarín y sonrió cuando le dije que era de Venezuela. Noto que la gente aquí es austera, casi todos visten de negro. Los locales son al principio un poco “montunos”, pero después se abren y te tratan bien.

Muy cerca de la Pousada está una pequeña iglesita, la de San Pedro, que data de 1182. Me contaron que también fue traída desde abajo y colocada aquí en los años sesenta, cuando la ciudad entera fue mudada debido a la construcción del embalse de Belesar.

Tomé fotos, filmé, lástima que está cerrada. Luego fui a la Iglesia de San Nicolás. Tiene una extraña fachada que recuerda a una fortaleza, con torres en cada extremo del rectángulo. Por otra parte, no es muy grande. Posee una sola nave. Es románica, del siglo XII y su capitel semeja al de Santiago de Compostela con Jesús y los 24 ancianos del Apocalipsis. Me sellaron el pasaporte y filmé y tomé fotos adentro y afuera. Luego recorrí las callecitas céntricas, todas de piedra. Predominan los balcones verdes adornados con flores, es una ciudad muy pintoresca que me recuerda a los pueblitos andinos, los colores predominantes son el blanco y la piedra. La chica que coloca el sello en la iglesia de San Nicolás me dijo que en ese templo, y asumo que también el de San Pedro, fue reconstruido piedra por piedra en dos años.

A las 8:30 tuvimos la cena en el restaurante de la pousada. Yo tomé caldo galego y lenguado a la plancha. Muy sabroso todo. Y cuando estaba terminando la cena y nos disponíamos a retirarnos, nuestros guías nos dieron una sorpresa: apareció un conjunto de música gallega con sus gaitas, panderetas, tambores y trajes típicos. Nos trasladamos a la terraza del hotel y casi todos terminamos bailando, hasta yo, aún con mis pies adoloridos. Conversé con otros huéspedes del hotel, quienes están haciendo el camino de una manera muy curiosa. Ellos son gallegos y viven en Santiago, lo que hacen es que manejan hasta una ciudad, duermen en un hotel cómodo y bien temprano en la mañana siguiente se regresan en transporte público hasta el sitio anterior y caminan desde allí a la ciudad donde dejaron el automóvil. Son dos parejas de mediana edad. Comenzaron esta singular manera de hacer el camino hace unos pocos años y ahora están en la etapa final. Fue una velada muy alegre y agradable. Nos fuimos a dormir cerca de las doce.

lunes, 4 de junio de 2007

Los 35

No son años, sino libros. Esa es la cantidad de libros que he leído en lo que va de año. Creo que junio es un buen mes para verificar cómo van los propósitos que nos hicimos en enero. Uno de los míos fue leer más.

Es curioso, el año pasado vi mucho cine del bueno. Este año estoy apasionada por los libros. ¿Continuaré con mi propósito el resto del 2007? Ni yo misma lo sé. Las cosas que hoy parecen importantes pueden ser insignificantes en unos días.

De todos modos, para los curiosos, aquí va la ecléctica lista de estas 35 lecturas. Algunas fueron sublimes, otras decepcionantes, otras más: relecturas. (No incluyo varios muy buenos cuentos de Paul Auster, Philip Roth, Anton Chejov, Clarice Lispector y otros maestros de ese género, bajados por Internet):

1- Aprender a escribir, Alicia Steimberg
2- The Great Gatsby, F. Scott Fitzgerald
3- Campeones, Guillermo Meneses
4- La Oveja Negra y otras fábulas, Augusto Monterroso
5- Cómo se cuenta un cuento, Gabriel García Márquez
6- La bendita manía de contar, Gabriel García Márquez
7- Los detectives salvajes, Roberto Bolaño
8- El tiempo en la narración, Silvia Adela Kohan
9- Mientras escribo, Stephen King
10- La Enfermedad, Alberto Barrera Tyzka
11- De muerte lenta, Elisa Lerner
12- El Vergel, Isaac Chocrón
13- Pizarrón, Arturo Uslar Pietri
14- Cómo mejorar un texto literario, Lola Sabarich y Felipe Dintel
15- Boquitas pintadas, Manuel Puig
16- Infancia del mago, Herman Hesse
17- La práctica del relato, Angel Zapata
18- Londres, Virginia Woolf
19- Dulce compañía, Laura Restrepo
20- The Art of Fiction, John Gardner
21- La sonrisa etrusca, José Luis Sampedro
22- Amuleto, Roberto Bolaño
23- La vida es sueño, Pedro Calderón de la Barca
24- Relatos de un trotaselvas, Karl Weidmann
25- La Tienda de Muñecos, Julio Garmendia
26- Zen in the Art of Writing, Ray Bradbury
27- El Camino del Norte, Horacio Vásquez Rial
28- On becoming a novelist, John Gardner
29- Doña Bárbara, Rómulo Gallegos
30- La Gruta del Toscano, Javier Padilla
31- La Sombra del Viento, Carlos Ruiz Safón
32- O Libreiro de Cabul, Asne Seierstad
33- The Good Earth, Pearl S. Buck
34- Un cuarto propio, Virginia Woolf
35- Sin trama y sin final, Anton Chejov