viernes, 16 de marzo de 2007

Chocrón y Lerner: Los judíos maravillosos de la literatura venezolana



Acabo de terminar de leer la novela “El Vergel”, de Isaac Chocrón. Hace menos de una semana finalicé la de Elisa Lerner, “De muerte lenta”. Fue casualidad. La verdad no planifiqué que mis lecturas se encaminaran hacia dos de mis escritores venezolanos preferidos, quienes, también casualmente, son judíos.

Esta coincidencia me ha hecho reflexionar sobre el interesante aporte a la literatura venezolana de estos dos escritores. Ambos coinciden en su origen religioso; provienen del interior del país -nacida ella en Valencia y él en Maracay-pero son al mismo tiempo muy cosmopolitas. Con vivencias en el exterior, una obra y una dramaturgia cocinada al fuego del teatro norteamericano del siglo XX, y una particular agudeza para observar a nuestro país, desde su condición de venezolanos y desde la perspectiva de pertenecer también a un pueblo de tradiciones milenarias, marcado por la diáspora, alternando siempre la contradicción entre pertenencia y desarraigo. Son unos venezolanos muy universales.

Las dos novelas son diferentes. La de Elisa Lerner nos revela –a los nacidos después de los años 40 del siglo pasado- el mundo de los intelectuales en el momento del ascenso al poder de uno de ellos, quizás el más insigne de la época, Don Rómulo Gallegos. Un atisbo doloroso a lo que pudo haber sido y no fue.

En El Vergel, sin llegar a la estricta autobiografía, Chocrón cuenta su vida de manera novelada, utilizando como narradores a familiares y amigos ya desaparecidos. Bastante revela el veterano escritor sobre sus inicios intelectuales, represión familiar, homosexualidad, espiritualidad. Todo en un lenguaje muy sencillo y elegante.

Lerner se concentra más en sus personajes y en el argumento. Su prosa está cargada de ricas metáforas. No es tan reveladora –al menos a primera vista- de detalles sobre su vida privada, hasta que casi al final del libro la autora se desdobla en la escritora Alma Blatt (y quizás también en otros personajes), para hacernos partícipes de unas cuantas confidencias.

Los dos escritores son contemporáneos, nacidos en los años treinta, casi octogenarios, pero muy lúcidos, sagaces, observadores implacables de las grandezas y miserias de la sociedad. De ellos –y de sus seguidores- espero nuevas obras que me sorprendan.

Pero cabe preguntarse: ¿Tendrán una generación de relevo entre la comunidad judía de nuestro país?