Afortunadamente pude disfrutar de una de las últimas funciones de “El día que me quieras”, la obra teatral de José Ignacio Cabrujas, interpretada por el Grupo Actoral 80, bajo la dirección de Juan Carlos Gené. La fina ironía de sus diálogos, la mezcla de humor y drama muy bien balanceados y la acertada puesta en escena mantuvieron la atención del público que llenó la sala del CELARG.
La pieza me trajo recuerdos de dos personajes; por un lado, uno sureño (Gardel) y por otro, un venezolano, Cabrujas. De Gardel me consta el fervor que despertó su visita en Venezuela poco antes de su trágica desaparición. Mis abuelos valencianos recordaban el revuelo que causó al presentarse en esa ciudad. El cantante visitó Caracas, Valencia y Maracay. Aunque no pudieron asistir a su presentación en el teatro, sí pudieron atisbarlo en la calle, cuando pasó frente a la casa familiar saludando a la multitud que colmaba las calles. Mi abuelita –como Matilde en la obra de Cabrujas- juraría siempre que el Morocho del Abasto le dirigió una mirada y un saludo desde su automóvil.
De mi admirado Cabrujas recuerdo su amabilidad cuando un grupo de estudiantes de Comunicación Social lo asediamos a preguntas para un trabajo universitario, allá en los lejanos años 80. Pero también vuelve a mi memoria ese domingo de 1995 cuando me encontraba estudiando en Pittsburgh y una llamada de otra estudiante venezolana me puso al tanto de la noticia de su muerte. Fue un momento triste. Para ese momento éramos muy pocos –unos ocho- los estudiantes venezolanos en Duquesne University. Ambas no éramos muy amigas, pero en ese momento olvidamos nuestras diferencias, nos dimos el pésame y conversamos un rato largo sobre nuestro admirado escritor. Después traté de explicarle a mi room -mate croata que había desaparecido un importante intelectual de mi país. Sentí un vacío por partida doble: el de la partida de Cabrujas y el no poder compartir con nadie ese sentimiento. Ya la tristeza pasó, pero el vacío que dejó sigue intacto.
La pieza me trajo recuerdos de dos personajes; por un lado, uno sureño (Gardel) y por otro, un venezolano, Cabrujas. De Gardel me consta el fervor que despertó su visita en Venezuela poco antes de su trágica desaparición. Mis abuelos valencianos recordaban el revuelo que causó al presentarse en esa ciudad. El cantante visitó Caracas, Valencia y Maracay. Aunque no pudieron asistir a su presentación en el teatro, sí pudieron atisbarlo en la calle, cuando pasó frente a la casa familiar saludando a la multitud que colmaba las calles. Mi abuelita –como Matilde en la obra de Cabrujas- juraría siempre que el Morocho del Abasto le dirigió una mirada y un saludo desde su automóvil.
De mi admirado Cabrujas recuerdo su amabilidad cuando un grupo de estudiantes de Comunicación Social lo asediamos a preguntas para un trabajo universitario, allá en los lejanos años 80. Pero también vuelve a mi memoria ese domingo de 1995 cuando me encontraba estudiando en Pittsburgh y una llamada de otra estudiante venezolana me puso al tanto de la noticia de su muerte. Fue un momento triste. Para ese momento éramos muy pocos –unos ocho- los estudiantes venezolanos en Duquesne University. Ambas no éramos muy amigas, pero en ese momento olvidamos nuestras diferencias, nos dimos el pésame y conversamos un rato largo sobre nuestro admirado escritor. Después traté de explicarle a mi room -mate croata que había desaparecido un importante intelectual de mi país. Sentí un vacío por partida doble: el de la partida de Cabrujas y el no poder compartir con nadie ese sentimiento. Ya la tristeza pasó, pero el vacío que dejó sigue intacto.
2 comentarios:
Muy bueno tu blog, siempre lo leo, siempre hay algo diferente, sigue escribiendo que lo haces muy bien.
tu amigo Hèctor Pèrez (CEC)
Gracias, Héctor, este blog es mi desahogo, el rincón que dedico a las cosas que me gustan.
Un abrazo y saludos,
Aurora
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