miércoles, 28 de febrero de 2007

Pequeña Miss Sunshine


El domingo pasado la 79a entrega de los Oscars mantuvo a medio planeta desvelado. Resistí una parte del aburrido show sólo para ver con satisfacción cómo Little Miss Sunshine, una de mis películas favoritas, se llevaba dos de los ansiados trofeos. Michael Arndt obtuvo el Oscar por el mejor guión original y el veterano Alan Arkin logró el de mejor actor de reparto.

Realmente se trata de un filme original que provoca sonrisas, al tiempo que conmueve. La definen en USA como una comedia de humor negro. Un poco ácida, diría yo. Pero completamente recomendable, donde abunda el humor inteligente.

Una familia disfuncional formada por un padre obsesionado con triunfar en el mercado de los libros de autoayuda, un abuelo aficionado a las drogas, un hijo adolescente que decide hacer votos de silencio para conseguir su sueño de ser piloto de la Fuerza Aérea, un tío homosexual que atraviesa una crisis depresiva, una madre estresada que trata de mantener la cordura de la familia y la pequeña Olive, quien ansía desesperadamente ganar un concurso de belleza infantil.

Carentes de otros medios de transportación, los Hoover se embarcan en un alocado viaje por medio Estados Unidos en una destartalada van para llevar a Olive al concurso Little Miss Sunshine, en California.

El acierto del filme está en un guión muy original, unas actuaciones magníficas, un ritmo que nunca aburre, unos diálogos precisos que definen a los personajes y a sus flaquezas y anhelos. Asoma, además, una crítica inteligente a los populares métodos de autoayuda, las exigencias banales de los estándares de belleza impuestos por los concursos y a los estándares familiares reconocidos como “normales” por la sociedad.

Conmovedora la escena en la que Olive se acerca a su hermano con un gesto amoroso que logra sacar al joven de sus problemas. Delirante la absurda travesía de la familia por medio país para llegar a tiempo al certamen de belleza.

Al final de todas las peripecias –con el abuelo difunto escondido en la camioneta- se impone la solidaridad de la familia alrededor de Olive. Es la pequeña quien logra al unirlos recordarnos donde se encuentra verdaderamente nuestra fortaleza: la familia, siempre la familia.

miércoles, 21 de febrero de 2007

Más cerca del cielo en El Tisure















Este Carnaval decidí huir nuevamente de la ciudad. Con mis compañeros del Centro Excursionista Caracas (CEC) recorrí unos 30 kilómetros de caminata por las montañas andinas. Fue una travesía por la Sierra de Santo Domingo. Comenzamos a unos 80 kms de Mérida, en la carretera trasandina, a la altura del Hotel Los Frailes. Desde allí salimos los veinte excursionistas, acompañados por arrieros locales y los diez caballos que transportarían nuestros morrales.

Caminaríamos desde el sábado hasta el lunes, con dos frías noches de campamento en el páramo. La primera noche dormimos a unos 3 mil 600 metros de altura, varios kilómetros antes de El Potrero, lugar donde se encuentra la capilla de El Tisure, levantada pacientemente por Juan Félix Sánchez, uno de los destinos principales de la excursión. Esa noche estrellada y hermosa la temperatura bajó a –2 °C; nuestras carpas se escarcharon y la altura afectó a algunos de nosotros. Pero no nos amilanamos. Al día siguiente, ya con el sol derramándose generoso sobre nuestras cabezas, continuamos la ruta, que incluía varias subidas y bajadas. Observamos lagunas, frailejones, águilas, caballos salvajes.

A mediodía, llegamos a la capilla de El Tisure. Juan Félix Sánchez, quien vivió toda su vida en la zona, se dedicaba al pastoreo de ganado y caballos. Pero no era un campesino común y corriente. Estaba dotado de habilidades artísticas que lo hicieron un excelente arquitecto, tallista y albañil autodidacta. Además, tenía una inquebrantable fe religiosa. Con la paciencia acumulada de quien vive años en el medio de la nada, pudo construir sin ayuda una pequeña capilla en homenaje a la Virgen de Coromoto en uno de los lugares más privilegiados de nuestros Andes. La capilla se encuentra enclavada en un mirador natural orientado hacia los valles del río Tisure. Es un lugar encantado, rodeado de pinos y donde se respira espiritualidad y sosiego.

Luego de la muerte de Sánchez en 1997, el lugar estuvo un poco descuidado y pasó a ser regentado por personas que no tenían idea de lo que significa la conservación de monumentos. Actualmente, se encuentra bajo la tutela de Inparques, lo que ha evitado que siguiera siendo objeto de robos y desmantelamiento. Dentro de la capilla se encuentra un altar, unas cuantas sillas muy rústicas, algunas de las tallas que representan la pasión de Cristo. Detrás, en un promontorio, hay un pequeño calvario, con los elementos del vía crucis.

Sorprende la belleza de la capilla construida de piedra, el tino de Sánchez para elegir el lugar de la construcción, las proporciones perfectas, la perdurabilidad de su obra, luego del paso del tiempo. Quizás sea una suerte que no se pueda acceder a este sitio por carretera. La única manera es a pie o a caballo, invirtiendo muchas horas y esfuerzo, como lo hicimos nosotros.

Luego visitamos la casa de Sánchez, situada a unos 15 minutos de la capilla, en el valle de El Potrero y continuamos nuestro camino ascendiendo y descendiendo cerros hasta nuestro próximo campamento, a 3.400 metros de altura. Al día siguiente atravesamos varios valles. Inmensos, hermosos y solitarios. Subimos un alto de unos 3.900 metros y llegamos hasta la pequeña villa de Micarache. Desde aquí hasta Gavidia todavía nos faltaba una media hora de descenso bajo el ardiente sol. En Gavidia tomamos unos jeeps que nos trasladaron hasta Mucuchíes, desde donde emprenderíamos el largo regreso en bus hasta Caracas. Llegamos a la capital el martes a mediodía, agotados, pero satisfechos, luego de disfrutar de los paisajes andinos y haber estado –aunque fuera por unos pocos días- más cerca del cielo.

jueves, 15 de febrero de 2007

"Praxis, praxis"

Así repetía el Dr Ronald Arnett, decano de la Escuela de Comunicaciones de Duquesne University, en Pittsburgh, cuando observaba la mirada desconcertada de sus alumnos de postgrado ante algún ensayo cuyo tema nos parecía demasiado complejo, demasiado difícil o extenso para desarrollarlo con éxito y del cual dependía buena parte de nuestras calificaciones finales.

Esos “take home exams” eran más temidos que las pruebas ordinarias y Arnett lo sabía. Entonces nos recordaba que cualquier tarea debía ser acometida con paciencia, dedicación y mucha práctica. “All you have to do is to glue yourself to a chair and write”, decía, lo que en una traducción libre significaba que no nos despegáramos de la silla hasta que el ensayo saliera.

Esta idea de la práctica no parece muy popular en estos tiempos donde prevalece el concepto de la velocidad y del éxito instantáneo. Hay que hacerse rico, triunfar en la vida en pareja, ascender en la profesión lo más pronto posible. Se ha olvidado o desechado por caduca la idea de construir poco a poco, de aprender haciendo; se ha perdido –me temo- el concepto de artesanía.

Hace poco ingresé a un curso de narrativa. Está diseñado para iniciar a los alumnos en el complicado oficio de la escritura creativa. Durante seis meses haremos ejercicios -muchos ejercicios- que arrancan desde lo más simple: un párrafo, una traducción, una reescritura, la confección de personajes.

Nuestra primera tarea fue escribir (o reescribir) el primer párrafo de un famoso cuento. Muchos de los veinticinco compañeros, quizás la mayoría, escribieron casi un cuento completo. Algunos muy interesantes, debo decir, con una muestra de imaginación y creatividad. Pero se notó la prisa. El ansia por ser escritor, por mostrar lo que uno es capaz de hacer, más allá de la tarea pedida. Así fue con las presentaciones personales el primer día. Todos expresamos nuestras aspiraciones con respecto al curso y al desarrollo de nuestras habilidades. Algunos aspiraban a que, en un futuro, cuando fueran escritores famosos, sus compañeros recordáramos que habíamos tenido la oportunidad (¿o quizás la suerte?) de compartir un curso con ellos. Otra vez la prisa. En este caso acompañada por el ego.

No digo que no sea legítimo ponerse metas altas y retadoras. Pero recuerdo que “la meta es el camino”. Esto no lo decía el Dr. Arnett, sino mis admirados integrantes del Proyecto Cumbre. Quienes han estado en las más altas cumbres del planeta saben que todo cuesta, que la cima es tan importante como el duro entrenamiento, como las vicisitudes del viaje, las amistades que conoces, el aprendizaje y todo lo que se deriva de un oficio artesanal. Lo mismo la escritura que el montañismo. Cumbres muy altas, pero ganadas con trabajo, paciencia y mucha práctica. "Praxis, praxis".

sábado, 10 de febrero de 2007

Domingo en El Avila















El domingo 04 de febrero fui con mis amigos del Centro Excursionista Caracas (CEC) a la fila, específicamente a un lugar poco conocido, llamado La Puerta de Hércules.

El día amaneció lluvioso, pero poco a poco el sol logró imponerse y las nubes decidieron retirarse. Subir a la fila del Avila es un privilegio. Uno puede contemplar la ciudad y al darse vuelta, extasiarse con el azul infinito del Mar Caribe.

La Puerta de Hércules está conformada por dos grandes rocas que se encuentran cerca de El Urquijo, esa bifurcación que lleva hacia el Pico Naiquatá, por el este y hacia el largo camino que conduce al Pico Oriental, por el oeste.

Allá arriba, la ciudad parece más amable, uno está completamente alejado de sus prisas. El aire es más puro, se respira belleza. El Avila es, sin duda, la mejor medicina para el cuerpo y el espíritu.

viernes, 2 de febrero de 2007

Lecturas de vacaciones


Las vacaciones terminaron. Al menos las mías. Siempre parecen demasiado cortas, demasiado efímeras. Siempre nos parece que faltaron cosas por hacer, libros que leer, películas por disfrutar con calma sin el estrés de los horarios.

Hago el inventario de mis lecturas en estas últimas semanas y me asombro. Leí unos seis libros sobre el arte de escribir, un tema que me apasiona últimamente. Dos novelas, un libro y medio de cuentos y parte de dos libros de ensayos pasaron veloces entre mis ojos y mi cabeza. No está mal –concluyo.

También me doy cuenta de que sigo con esa mala costumbre de leer varios libros a la vez. Lo noto por los volúmenes a medias que reclaman mi atención desde mi mesa de noche. Pero me justifico. Generalmente, los libros de ensayo o de cuentos no logran acapararme completamente. Prefiero irlos disfrutando de a pedacitos. Entonces, los suelo alternar con otro libro, preferiblemente de ficción.

Así me ha pasado con Estambul, lo que muchos considerarán un sacrilegio, ya que esta visión personal sobre la ciudad del último Premio Nobel, el turco Pamuk, está considerada entre los mejores libros que llegaron a Caracas en el último trimestre de 2006. Siento que lo puedo leer con serenidad, acercándome a él de cuando en cuando, mientras que los otros libros, los de ficción, me provocan más urgencia.

Otras lecturas de este inventario particular son:

Campeones, de Guillermo Meneses. Un descubrimiento la bella prosa, la poesía de este clásico venezolano. Había leído algunos de sus cuentos, pero no esta novela. En cuanto a los personajes, me parece doloroso y cruel que casi 70 años después de ser escrita esta novela los jóvenes humildes sigan pasando por tantos trances para poder destacar como deportistas. Es terrible no saber manejar el éxito. No saber ni poder dosificarse. No contar con alguien que aconseje, que asesore y apoye a los jóvenes en la búsqueda de sus sueños.

The Great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald. La leí con avidez en su idioma original y me gustó el estilo narrativo, las lentas y certeras descripciones de Fitzgerald, pero el argumento... no me terminó de convencer. Será un clásico, pero debe ser que como no soy gringa no termino de comprender ese afán por acumular riqueza y poder para alcanzar la felicidad llamado “the American Dream”... Quizás debo releerlo con más calma. Por cierto, me acerqué en una librería a la versión en español sólo para ver cómo habían traducido la famosa frase: “old sport” de Gatsy y el resultado fue: “camarada”. ¡Una traducción muy desafortunada!

La Oveja Negra y otras fábulas, de Augusto Monterroso. Un pequeño libro con los micro-cuentos de este guatemalteco, máximo representante -al menos en español- del cuento breve. Se deja leer muy fácilmente, pero imagino lo arduo que debe ser para un escritor condensarse tanto.

Las Voces Secretas, recopilación de cuentos de autores venezolanos. Todavía estoy leyéndolo con mucha calma y sorpresa. Los escritores son todos de una misma generación pero muestran estilos muy diferentes. Hasta ahora el cuento que más me gustó y releí fue uno de Milagros Socorro. Un despliegue de ironía y fino humor.

Aprender a escribir, fatigas y delicias de una escritora y sus alumnos, de Alicia Steimberg. Es de una escritora argentina con amplia experiencia dirigiendo talleres de escritura en Buenos Aires. Lo descubrí en una librería de Quito. No conocía a su autora, quien tiene varias novelas y libros de cuentos publicados. Me encantó la narrativa intimista y salpicada de humor de la autora. Aconseja, da ejemplos, y sobre todo, relata, echa cuentos sobre sus libros y sobre los talleres que imparte. No brinda fórmulas mágicas, sino experiencias plenas de la sabiduría de sus setenta y pico de años. Un excelente descubrimiento.