El domingo pasado la 79a entrega de los Oscars mantuvo a medio planeta desvelado. Resistí una parte del aburrido show sólo para ver con satisfacción cómo Little Miss Sunshine, una de mis películas favoritas, se llevaba dos de los ansiados trofeos. Michael Arndt obtuvo el Oscar por el mejor guión original y el veterano Alan Arkin logró el de mejor actor de reparto.
Realmente se trata de un filme original que provoca sonrisas, al tiempo que conmueve. La definen en USA como una comedia de humor negro. Un poco ácida, diría yo. Pero completamente recomendable, donde abunda el humor inteligente.
Una familia disfuncional formada por un padre obsesionado con triunfar en el mercado de los libros de autoayuda, un abuelo aficionado a las drogas, un hijo adolescente que decide hacer votos de silencio para conseguir su sueño de ser piloto de la Fuerza Aérea, un tío homosexual que atraviesa una crisis depresiva, una madre estresada que trata de mantener la cordura de la familia y la pequeña Olive, quien ansía desesperadamente ganar un concurso de belleza infantil.
Carentes de otros medios de transportación, los Hoover se embarcan en un alocado viaje por medio Estados Unidos en una destartalada van para llevar a Olive al concurso Little Miss Sunshine, en California.
El acierto del filme está en un guión muy original, unas actuaciones magníficas, un ritmo que nunca aburre, unos diálogos precisos que definen a los personajes y a sus flaquezas y anhelos. Asoma, además, una crítica inteligente a los populares métodos de autoayuda, las exigencias banales de los estándares de belleza impuestos por los concursos y a los estándares familiares reconocidos como “normales” por la sociedad.
Conmovedora la escena en la que Olive se acerca a su hermano con un gesto amoroso que logra sacar al joven de sus problemas. Delirante la absurda travesía de la familia por medio país para llegar a tiempo al certamen de belleza.
Al final de todas las peripecias –con el abuelo difunto escondido en la camioneta- se impone la solidaridad de la familia alrededor de Olive. Es la pequeña quien logra al unirlos recordarnos donde se encuentra verdaderamente nuestra fortaleza: la familia, siempre la familia.
Realmente se trata de un filme original que provoca sonrisas, al tiempo que conmueve. La definen en USA como una comedia de humor negro. Un poco ácida, diría yo. Pero completamente recomendable, donde abunda el humor inteligente.
Una familia disfuncional formada por un padre obsesionado con triunfar en el mercado de los libros de autoayuda, un abuelo aficionado a las drogas, un hijo adolescente que decide hacer votos de silencio para conseguir su sueño de ser piloto de la Fuerza Aérea, un tío homosexual que atraviesa una crisis depresiva, una madre estresada que trata de mantener la cordura de la familia y la pequeña Olive, quien ansía desesperadamente ganar un concurso de belleza infantil.
Carentes de otros medios de transportación, los Hoover se embarcan en un alocado viaje por medio Estados Unidos en una destartalada van para llevar a Olive al concurso Little Miss Sunshine, en California.
El acierto del filme está en un guión muy original, unas actuaciones magníficas, un ritmo que nunca aburre, unos diálogos precisos que definen a los personajes y a sus flaquezas y anhelos. Asoma, además, una crítica inteligente a los populares métodos de autoayuda, las exigencias banales de los estándares de belleza impuestos por los concursos y a los estándares familiares reconocidos como “normales” por la sociedad.
Conmovedora la escena en la que Olive se acerca a su hermano con un gesto amoroso que logra sacar al joven de sus problemas. Delirante la absurda travesía de la familia por medio país para llegar a tiempo al certamen de belleza.
Al final de todas las peripecias –con el abuelo difunto escondido en la camioneta- se impone la solidaridad de la familia alrededor de Olive. Es la pequeña quien logra al unirlos recordarnos donde se encuentra verdaderamente nuestra fortaleza: la familia, siempre la familia.
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