Así repetía el Dr Ronald Arnett, decano de la Escuela de Comunicaciones de Duquesne University, en Pittsburgh, cuando observaba la mirada desconcertada de sus alumnos de postgrado ante algún ensayo cuyo tema nos parecía demasiado complejo, demasiado difícil o extenso para desarrollarlo con éxito y del cual dependía buena parte de nuestras calificaciones finales.
Esos “take home exams” eran más temidos que las pruebas ordinarias y Arnett lo sabía. Entonces nos recordaba que cualquier tarea debía ser acometida con paciencia, dedicación y mucha práctica. “All you have to do is to glue yourself to a chair and write”, decía, lo que en una traducción libre significaba que no nos despegáramos de la silla hasta que el ensayo saliera.
Esta idea de la práctica no parece muy popular en estos tiempos donde prevalece el concepto de la velocidad y del éxito instantáneo. Hay que hacerse rico, triunfar en la vida en pareja, ascender en la profesión lo más pronto posible. Se ha olvidado o desechado por caduca la idea de construir poco a poco, de aprender haciendo; se ha perdido –me temo- el concepto de artesanía.
Hace poco ingresé a un curso de narrativa. Está diseñado para iniciar a los alumnos en el complicado oficio de la escritura creativa. Durante seis meses haremos ejercicios -muchos ejercicios- que arrancan desde lo más simple: un párrafo, una traducción, una reescritura, la confección de personajes.
Nuestra primera tarea fue escribir (o reescribir) el primer párrafo de un famoso cuento. Muchos de los veinticinco compañeros, quizás la mayoría, escribieron casi un cuento completo. Algunos muy interesantes, debo decir, con una muestra de imaginación y creatividad. Pero se notó la prisa. El ansia por ser escritor, por mostrar lo que uno es capaz de hacer, más allá de la tarea pedida. Así fue con las presentaciones personales el primer día. Todos expresamos nuestras aspiraciones con respecto al curso y al desarrollo de nuestras habilidades. Algunos aspiraban a que, en un futuro, cuando fueran escritores famosos, sus compañeros recordáramos que habíamos tenido la oportunidad (¿o quizás la suerte?) de compartir un curso con ellos. Otra vez la prisa. En este caso acompañada por el ego.
No digo que no sea legítimo ponerse metas altas y retadoras. Pero recuerdo que “la meta es el camino”. Esto no lo decía el Dr. Arnett, sino mis admirados integrantes del Proyecto Cumbre. Quienes han estado en las más altas cumbres del planeta saben que todo cuesta, que la cima es tan importante como el duro entrenamiento, como las vicisitudes del viaje, las amistades que conoces, el aprendizaje y todo lo que se deriva de un oficio artesanal. Lo mismo la escritura que el montañismo. Cumbres muy altas, pero ganadas con trabajo, paciencia y mucha práctica. "Praxis, praxis".
jueves, 15 de febrero de 2007
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