sábado, 22 de diciembre de 2012

¿Qué voy a hacer con mi marido?



No es una comedia, pero tampoco llena todos los requisitos para ser clasificada como un drama; se podría decir que es “something in between” (algo en el medio). El título original en inglés es “Hope Springs”, nombre del pueblo ficticio de la costa de Maine a donde acuden parejas con el objeto de salvar su matrimonio.

De eso se trata esta película, protagonizada por los veteranos Meryl Streep y Tommy Lee Jones. Los actores encarnan, con una actuación convincente, a una pareja con 31 años de matrimonio a sus espaldas que ha perdido la magia y la comunicación, envueltos en la rutina y el desencanto.

Kay (Streep) es quien resiente más la situación de nula intimidad y logra arrastrar a un renuente Arnold (Jones) hacia Hope Springs, donde un famoso consejero matrimonial (Steve Carrel) tratará de reconectarlos. El tema es algo novedoso y poco taquillero, porque el amor (y el desamor) en la edad madura no parece atraer a las masas; lo que probablemente logra captar la atención del público es la calidad y popularidad de sus protagonistas.

Sin considerarla una obra maestra, la recomiendo. Su mayor fortaleza se encuentra en la credibilidad de todas las escenas. Deben ser muchos los espectadores que pueden identificarse con los problemas, desilusiones y expectativas de los personajes. El amor duele, dicen, pero el desamor compartido duele aún más y eso abunda en la vida real.

La dirección es de David Frankel (“El diablo viste de Prada” y “Marley y yo”) y el guión pertenece a Vanessa Taylor ("Games of Thrones", "Alias"). 

viernes, 5 de octubre de 2012

Ascenso al cerro Santa Ana





Aprovechando el puente con motivo del 24 de julio, el Centro Excursionista Caracas (CEC) organizó una excursión al estado Falcón, con el objetivo de ascender al cerro Sta. Ana (830 msnm), la montaña más alta de la Península de Paraguaná.

La noche del viernes 20 de julio salimos de Caracas un grupo de entusiastas excursionistas llegando con las primeras horas del día siguiente a los médanos de Coro, lo que nos permitió disfrutar de un hermoso amanecer entre las dunas, deleitándonos al tomar fotografías en ese maravilloso escenario natural.

Pronto seguimos camino hacia Adícora, hicimos un toque técnico en la posada y nos instalamos a pasar el día en la playa de esa localidad, famosa por sus aficionados al windsurfing. En la tarde, visitamos las salinas de Las Cumaraguas y el Cabo San Román, situado en la parte más septentrional de Venezuela. Al día siguiente, muy temprano, la mayoría nos dirigimos al Monumento Natural Cerro Santa Ana, mientras otro grupo se disponía a pasar el día en la playa El Supí.  En la entrada al parque, luego de recibir las amables instrucciones y recomendaciones del guardaparques, comenzamos la caminata, bajo un cielo despejado que nos permitía apreciar el contorno de la montaña.

A medida que ascendíamos por la angosta senda podíamos apreciar el cambio de la vegetación, desde xerófila en los primeros metros hasta convertirse en selva nublada y la zona predominantemente rocosa de la cumbre. El camino se fue haciendo más tupido y lleno de barro y la humedad era notoria. En la última parte, valiéndonos de cuerdas, tuvimos que escalar un tramo de unos 20 metros, así como otras subidas que retaban nuestras fuerzas y dominio del vértigo. Vale la pena destacar la solidaridad de los compañeros más hábiles, quienes en todo momento nos ayudaron a superar los difíciles obstáculos que imponía la subida. El premio: una vista perfecta de la península desde la cima, así como del mar circundante.

Celebramos la cumbre, sacudidos por el fuerte viento y disfrutando nuestro almuerzo, rodeados por un paisaje imponente. Finalizamos el día en las aguas tranquilas de la playa El Supí, junto con el resto de los compañeros. A la mañana siguiente, de regreso a Caracas, nos detuvimos unas horas en Coro, para apreciar su casco colonial, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco e hicimos un toque técnico en la Vela de Coro, primer lugar donde ondeó la bandera nacional gracias al Generalísimo Francisco de Miranda.

Fueron tres días intensos, en los que pudimos disfrutar de cerro, playa, arquitectura, gastronomía e historia, con la camaradería y compañerismo típicos de los integrantes e invitados del CEC. ¡Mejor imposible!

domingo, 24 de junio de 2012

Quinoa: de los Incas para el mundo




A veces a uno le llegan los datos más interesantes por las vías más insospechadas. Así me pasó con la quinoa. Esta planta originaria de los territorios donde habitaron los Incas ofrece unas semillas que constituyen un alimento rico en proteínas y al cual se le atribuyen propiedades medicinales.

Paradójicamente, me enteré de su existencia a través de revistas norteamericanas dedicadas al deporte, donde es común encontrar recetas con quinoa, las cuales destacan las bondades de este alimento y su uso por parte de atletas y deportistas recreacionales.

Lamentablemente, a pesar de contar con varios estados andinos, en Venezuela no se cultiva la quinoa. Para conseguirla hay que recurrir a algunos mercados donde se expenden granos y comida importada, donde se vende a precios exorbitantes. Actualmente se cultiva en Perú, Ecuador, Bolivia y, creo, también en Chile, Argentina y Colombia. Afortunadamente, en Caracas hay los domingos un mercado de la colonia peruana donde es posible comprar quinoa a precios razonables.

Para las personas que se encuentran a dieta, es el alimento ideal ya que, a diferencia de otros granos como el arroz, no engorda. Tampoco tiene colesterol ni grasas, mientras que sí posee fibra y minerales.

¿Cómo se cocina la quinoa? Hay diferentes maneras y en Internet numerosos sitios lo explican mejor que yo. Generalmente, se puede cocinar igual al arroz. De hecho, es un excelente acompañante de un plato principal. ¿A qué sabe la quinoa? Es difícil de explicar. No se parece a nada que haya comido antes. Creo que sola no sabría a nada. El secreto está en lo que le añades al cocinarla: ají dulce, sal y ajo, en mi caso. A mí me sabe a gloria. Cuando la cocino, un aroma delicioso se esparce por la casa. Uno evoca la sabiduría de los antiguos incas, para quienes era un alimento sagrado y se apresura a la cocina para disfrutar de su exótico sabor. Cabe preguntarse si este grano amarillento no sería el verdadero “Dorado” que los europeos no supieron apreciar cuando conquistaron estas tierras.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El Londres de Virginia Woolf




Ya se acercan los Juegos Olímpicos de Londres y esa es una buena razón para releer “Londres” de Virginia Woolf. (Hay muchas otras razones por las cuales releer a la Woolf, pero ese no es el tema en esta oportunidad).

Solamente he estado una vez en Londres, pero tengo fresco el recuerdo de su ambiente tan particular, con neblina aún en primavera, sus monumentos históricos, la dignidad de sus edificios señoriales. Londres es una ciudad antigua que ha vivido tiempos de gloria y de zozobra. Vio el surgimiento de Shakespeare, los destrozos de la peste, el bombardeo nazi en la Segunda Guerra Mundial, el atentado terrorista de principios de este siglo. Y siempre ha sobrevivido indómita.

El Londres sobre el cual nos escribe la Woolf es el de comienzos de los años 30’s del siglo XX, cuando la ciudad, el país y toda Europa se encontraban -sin saberlo-  entre dos guerras mundiales. Se trata de unas cortas crónicas, una especie de mini ensayos llenos de una madura reflexión que nos llegan muchos años después de haber sido escritos. Afortunadamente, una editorial se tomó el trabajo de recopilar varios textos sobre la capital británica que  la escritora había publicado en una revista entre 1931 y 1932.

De la pluma de Virginia logramos conocer el mundo del cotilleo social en una época en la que no existía Twitter; la vida comercial de la ciudad a través de sus muelles y de sus calles más transitadas; la arquitectura de las casas que habitaron los prohombres ingleses; detalles sobre algunos de los grandes monumentos de la ciudad, así como el discurrir de la vida política de la Cámara de los Comunes.

Virginia Woolf, sin jamás sospecharlo, nos ayuda hoy con sus escritos a preparar el ánimo para las justas deportivas que mantendrán en vilo a millones de personas en el planeta a través de los medios de comunicación. Todos pendientes de Londres, gran ciudad anfitriona de los próximos Juegos Olímpicos.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Mujeres Veloces (Fast Women)



Hace poco tuve la oportunidad de ver este documental sobre cuatro corredoras norteamericanas que persiguen diferentes objetivos en el mundo del “running”. Los sueños, desvelos, entrenamientos, éxitos y frustraciones de estas deportistas son seguidos a través de varios años, permitiendo al espectador apreciar los cambios de cada una de ellas y cómo asumen con valentía nuevos retos y aprendizajes con cada carrera.

El mayor valor de la película reside en la manera franca cómo se expresan frente a las cámaras y la determinación que demuestran para escoger sus particulares batallas, bien sea por lograr un puesto entre el equipo olímpico de su país, por mejorar sus records personales o, como en el caso de June Estrada, por superar las consecuencias de haber sufrido un derrame cerebral que dejó paralizado parte de su cuerpo. La lucha de Estrada por volver a caminar y luego correr es particularmente inspiradora para cualquier persona, deportista o no, sobre los recursos ocultos que tenemos todos los humanos para vencer obstáculos cuando tenemos la suficiente motivación.

Otro punto a destacar es el enfoque objetivo de todo el documental. Cero drama y mucha motivación se dejan ver en las declaraciones de estas admirables mujeres que, ante todo, demuestran ser realistas sobre sus metas y no dejan que situaciones personales difíciles les desvíen de sus objetivos.

Fast Women ganó el premio como Mejor Documental en el Festival Mammoth de Cine en 2010 y cuenta con el testimonio de las corredoras Susan Loken, Suzy Schumacher, Karla Sokolovic y June Estrada, además de entrevistas a sus amigos, familiares y entrenadores. Fue dirigido por George Delalis y el guión pertenece a Delalis, Eve Drinis y D.E. Hyde.

martes, 13 de marzo de 2012

Media Caracas a la carrera





El domingo 26 de febrero participé en la segunda edición del Maratón CAF en mi ciudad. Fue una fiesta deportiva que involucró a 6 mil deportistas, muchos voluntarios y cientos de ciudadanos que se congregaron para actuar como espontáneos “cheerleaders” de los esforzados corredores que atravesamos el asfalto obviando los tramos de lluvia y las bajas temperaturas, inusuales en esta época del año.

En mi caso, como participante de la media maratón (21K), fue también un reencuentro sentimental con el oeste caraqueño, donde viví muchos años. Los lugares y personajes de mi infancia volvieron a mi mente con cada paso, al tiempo que la tranquilidad de una ciudad semidormida me permitió admirar y valorar nuevamente los pequeños tesoros arquitectónicos, los rincones y oasis escondidos de belleza que son imposibles de apreciar entre el tráfico cotidiano.

Los del medio maratón salimos a las 6:15, desde el Parque Los Caobos, tomando inmediatamente la amplia Avenida Bolívar, donde los grupos de amigos comenzamos a dispersarnos, cada cual a su ritmo. Al fondo, las torres del Centro Simón Bolívar, lucían pequeñas y lejanas, como un par de simétricos bloques de Lego. La ciudad despertaba cuando enfrentamos la primera subida a la derecha de las torres, pasamos la Asamblea Nacional y fue entonces que me percaté de que había estado muy cerca de una de las entradas del Pasaje Zing, uno de los sitios emblemáticos de mi niñez. Era (y es) una especie de pequeño centro comercial con dos niveles donde había todo tipo de negocios, desde joyerías, zapaterías, tiendas de regalos hasta un par de librerías (una de libros nuevos y otra de libros usados) que eran mis tiendas preferidas. En una esquina estaba también una academia de dibujo de amplios ventanales donde uno podía ver a los alumnos esforzándose en copiar un objeto o modelo, ajenos a todo lo que no fuera su arte.

Luego de atravesar la Avenida Baralt, llegamos a El Silencio; en un cruce noto un edificio hermoso: el Liceo Fermín Toro, con su diseño modernista que parece de los años 40 ó 50 del siglo pasado; un poco más arriba, las empinadas escalinatas de El Calvario, ahora casi desiertas, solo unas cinco heroicas personas desafían la lluvia para animarnos con sus gritos. Llego a la plaza, rodeada de los bloques diseñados por el gran arquitecto Carlos Raúl Villanueva. Han sido restaurados recientemente y ostentan una belleza clásica; lo único discordante, para mi gusto, es el color mostaza con que fueron pintados; yo los conocí de un color crema más armónico, pero al menos celebro que se haya hecho un esfuerzo en conservarlos.

Bajo un hilillo delgado de lluvia intermitente llegamos a la Avenida San Martín. Estamos ahora en plena parroquia San Juan y a la derecha, en una esquina, frente a la Plaza Italia, se yergue majestuosa la hermosa Iglesia de Nuestra Señora de Lourdes, con una preciosa fachada gótica, muy bien conservada. Es uno de esos sitios atrayentes donde nunca he entrado. Ahora me propongo, en la primera oportunidad, volver al centro con calma (¡si eso es posible en el centro de Caracas!) para explorarla.

El día ha aclarado y ahora hay más gente en las aceras; algunas personas se muestran asombradas ante la multitud que se ha adueñado de las calles. Por momentos, un indigente se nos une, trota alegre, parece contagiarse por el espíritu deportivo de la jornada, la gente lo aplaude, se detiene y poco a poco lo dejamos atrás. El hombre sonríe.

Ya estamos en la estación del Metro y a la izquierda se alza pequeño el emblemático edificio de la Maternidad Concepción Palacios, que ha recibido a tantos nuevos caraqueños. En pocos minutos estamos cerca de la estatua de O’Higgins; a nuestra derecha, la subida de la Av. Morán hacia Catia y hacia adelante una subida no muy pronunciada, pero interminable, hacia Vista Alegre y La Yaguara; en la esquina nos desviamos a la izquierda y llega una recompensa: una bajada hacia el Puente de Los Leones. Lo atravieso observando la autopista en ambas direcciones: poco tránsito y la paz inusual de un domingo en calma. En la Avenida O’Higgins busco con la mirada, a mi izquierda, el puesto de obleas que hacía mis delicias y las de todos los estudiantes de la UCAB. No lo encuentro, recuerdo que han pasado muchos años desde mi época de estudiante, me consuelo pensando que quizás aún existe y lo pasé sin darme cuenta. Hacia mi derecha, del lado de Montalbán, descubro la entrada a la Hacienda La Vega, vestigio señorial de los tiempos en que la ciudad no llegaba hasta aquí.

En la redoma de La India, monumento del escultor Eloy Palacios, dedicado a la independencia de la Gran Colombia, cruzamos a la izquierda, para recorrer toda la Avenida Páez de El Paraíso. Me sorprendo un poco cansada, son apenas ocho los kilómetros recorridos, pero me siento en terreno familiar, toda mi vida conocí estas calles, aunque ahora muchas fachadas han cambiado y las quintas señoriales fueron sustituidas por comercios. La Avenida Páez es larga y estrecha, árboles centenarios la protegen del sol caraqueño. Un sol que hoy se niega a aparecer. Me tomo medio gel y una botellita de agua y siento que mis fuerzas renacen.

En pocos minutos me encuentro cerca de la Plaza Washington y al rato, a mi derecha está el Multiplaza Paraíso. Por un momento pienso que es una lástima que no existiera un centro comercial así cuando yo vivía en El Paraíso. En las aceras se han congregado vecinos madrugadores y se juntan con lo entusiastas voluntarios que reparten agua y bebidas energéticas. Sigo por esa avenida que recorrí tantas veces en autobús, en carro, a pie o hasta en bicicleta. Me siento en franca y alegre rebeldía al correr por primera vez por el medio de la calle.

Paso veloz frente al Parque Naciones Unidas y sigo hasta la señorial fachada del Colegio San José de Tarbes. En un instante tengo a mi izquierda la Plaza Páez, con su héroe a caballo, al que nadie ha restituido su lanza en los últimos diez años. Quisiera detenerme en esta zona tan cercana a mis recuerdos. En la próxima esquina se encuentra el Edificio Los Laureles, donde viví tantos años y más arriba el Colegio Teresiano, donde estudié la primaria y el bachillerato. El Teresiano de El Paraíso es un edificio de principios del siglo XX con una hermosa arquitectura donde predominan columnas clásicas y los colores gris y blanco. Es una lástima que se encuentre tan escondido detrás de un alto muro que oculta su belleza a los transeúntes.

Frente a la Plaza Madariaga se encuentra un animado grupo de samba. Casi todos los corredores les expresamos nuestro agradecimiento. Van como 12 kilómetros desde que salimos, menos de la mitad del recorrido para quienes hacemos la media maratón. En mi caso, más que fatiga siento algo de nostalgia al recorrer estos espacios tan queridos. Antes de salir de la urbanización, instintivamente volteo hacia la Plaza Madariaga y busco en una esquina la imagen del ángel con trompeta que anunciaba la entrada en El Paraíso. La última vez que lo vi estaba muy deteriorado. Pero en esta oportunidad descubro la imagen restaurada y suspiro con alivio.

Ahora nos enfilamos hacia Puente Hierro. Poco antes, a nuestra izquierda, divisamos la larga fila de familiares que visitan a sus presos en la penitenciaría de La Planta. En la isla de la avenida, varios de esos familiares se han acercado para animarnos.

Ya me encuentro frente a la subida a Roca Tarpeya. Volteo a mi izquierda y la esquina de Los Flores de Puente Hierro me regresa a mi infancia, a esa calle, a la Quinta Lérida de mis abuelos. A la época feliz en que para mi hermana y para mí pasear en autobús con nuestro abuelo Carlos Paredes por el centro de Caracas era un premio por haber pasado de grado.

Pronto la subida me regresa al presente. Es el desnivel más pronunciado y largo que encontraré en la carrera y a mi lado casi todos se han resignado y lo suben caminando. No me dejo vencer. Sigo trotando y me siento aliviada al llegar a la esquina entre las Avenidas Nueva Granada y Victoria. Sigo por esta última, bastante plana. Aquí los edificios son un tributo a la arquitectura de los años 50’s del siglo pasado: inmuebles con limpias fachadas, balcones y letreros modernistas. Los edificios guardan escalas similares, toda una rareza en una Caracas que ha crecido atropelladamente con escasa o nula planificación. Aquí parece que al fin gobernantes, constructores y ciudadanos se hubieran puesto de acuerdo para preservar estos espacios sin añadirles innecesarios monstruos de concreto y vidrio.

Una pequeña subida me lleva pronto hacia la Avenida Los Símbolos. El piso está mojado y freno un poco para evitar un resbalón inoportuno. En la esquina donde se encuentra el monumento hay una pequeña multitud de vecinos y transeúntes, a pesar del chubasco. Más adelante, diviso entre el público a mis amigos Jesús y Ana con su hijo Diego. Les grito y me saludan. Por un momento pienso que es una lástima que Jesús, excelente fotógrafo no tuviera su cámara a mano para hacerme una foto. Continuo algo cansada hacia la esquina de Los Próceres, doblo hacia la izquierda y en ese momento diviso a José Enrique, un compañero del Centro Excursionista Caracas, quien está corriendo los 42 kms y viene veloz desde la Academia Militar, el paso obligado para quienes hacen la maratón completa. Acelero para acercármele y lo saludo. Intercambiamos unas cuantas palabras. La verdad, él lleva un ritmo mucho más rápido que el mío y pronto me saca distancia. Le deseo suerte y sigo a mi ritmo. En algún momento, sin que nadie me hubiera llamado, volteo hacia la izquierda y allí está el amigo Jesús que sí tenía su cámara y me hace unas cuantas fotos. Levanto el pulgar y sonrío como si no sintiera ni una pizca de cansancio. Lo hago tan bien que yo misma me lo creo. Tomo la mitad del gel que me quedaba con agua y acelero un poco hasta llegar a la Plaza de las Tres Gracias. Aquí hay más gente y música fuerte. ¡Falta poco! grita alguien.
Ahora viene una bajada engañosa, la del estacionamiento del estadio universitario. Digo engañosa, porque como me lo había advertido mi amiga Rosario, después de esa bajada viene la subida y uno ya lleva como 19 kilómetros en los zapatos. Aquí también la mayoría camina pero yo me empeño tercamente en trotar. La pendiente termina en la mitad del puente sobre la autopista, un detalle que jamás adivina uno cuando va en carro.

Ya solo falta una bajadita y enfilar hacia la Torre La Previsora. Aquí, cerca de Sabana Grande, más gente anima, grita y casi nos acompaña durante el kilómetro final, cuando bajamos por Plaza Venezuela y subimos hasta alcanzar el Parque Los Caobos. Ya diviso la meta y la emoción es enorme. Hasta el sol conspira ahora a nuestro favor y nos envía sus cálidos rayos. En los metros finales hago un “sprint” y llega la recompensa: 2:32 en mi primera media maratón. ¡Uaaoooo! ¡Qué viva Caracas! ¡Mi media Caracas!

jueves, 2 de febrero de 2012

Del páramo al llano: Camino Real del Quinó





Los miembros del Centro Excursionista Caracas (CEC) tenemos la fortuna de disfrutar los paisajes contrastantes y recorrer los caminos de inigualable belleza que nos ofrece la geografía venezolana. Uno de ellos es el Camino Real del Quinó. Para finalizar el 2011 y comenzar con buen pie el 2012, dos grupos de miembros del CEC transitamos este antiguo camino, que lleva en cuatro días desde Mérida hasta Barinas.

Salimos de noche en transporte público desde Caracas para llegar a la ciudad de Mérida a la mañana siguiente, donde ya en el terminal estaban muy atentos los representantes de Ekkaia, Turismo de Base Comunitaria, la institución que organiza este recorrido, conjuntamente con los habitantes y baquianos locales. Luego de un emocionante viaje en rústico de unas tres horas, con la correspondiente parada para disfrutar de los pastelitos andinos en Mosnandá, llegamos a Los Nevados, uno de los más bellos pueblos andinos, que parece colgado de la Sierra Nevada, con gente amable y hospitalaria. Allí almorzamos antes de caminar por una hora hacia el Río Nuestra Señora, mientras las mulas llevaban nuestros morrales y los caminantes tomábamos fotos y admirábamos los mágicos colores de la tarde andina. Luego de una hora más o menos de subida llegamos a la Hacienda El Carrizal, donde fuimos recibidos por el señor Francisco Castillo y su familia, con quienes compartimos durante la cena y el desayuno, entre cuentos y anécdotas de la zona.

A la mañana siguiente, un cielo despejado nos reveló la cumbre del Pico El Toro, visible desde la Hacienda y luego, a una media hora de camino, contemplamos de lejos la cara norte del Pico Bolívar. Entre páramos sembrados de frailejones, el camino discurría en zig-zag, rodeaba verdes montañas cercadas por precipicios, subía y bajaba entre piedras y nos alejaba de todo vestigio de civilización. Cerca de las 5 llegamos al campamento de Boca de Monte. Aquí ya habíamos dejado atrás los frailejones y la vegetación era de media montaña. En la noche, luego de una cena frugal, nos deleitamos contemplando el cielo estrellado, pero pronto el frío nos empujó a las carpas.

Con el nuevo día continuamos la caminata la mayor parte del tiempo por una bajada resbalosa y cerrada, típica de la selva nublada. Nos rodeaban helechos y bromelias, la temperatura era templada y el día fresco hasta bien entrada la tarde, cuando el olor de los cafetales y el calor nos avisaron que ya estábamos llegando a El Quinó, un caserío encantador, en el límite con el estado Barinas, con su pequeña iglesia y el cuadrilátero de grama de la Plaza Bolívar. Allí nos alojamos en la Mucuposada La Paragüita. En la noche disfrutamos de la amabilidad de nuestros anfitriones y de los cantos y poesías de los habitantes del pueblo, así como de una suculenta cena.

La última jornada de camino transcurrió por bosques y veredas más anchas, subidas y bajadas de notable pendiente, que nos llevaron directamente al calor del llano. Fue maravilloso contemplar los variados tonos de verde de la sabana y los copos de nubes que se perdían en el infinito al aproximarnos a la Mucuposada Vista Hermosa. Aquí la mayoría disfrutó de un chapuzón en una poza y estuvimos rodeados de las atenciones de Edgar Pérez y su familia, quienes nos llevaron al día siguiente hasta Socopó, nuestro último destino y desde donde tomaríamos el autobús que nos regresaría a Caracas, muy contentos luego de otra maravillosa experiencia recorriendo los caminos de nuestra Venezuela.

lunes, 30 de enero de 2012

Win Win: un dilema moral




Casi puedo decir que tengo como un paradigma personal el suponer que toda película donde actúa Paul Giamatti es buena. Y es que este actor norteamericano, sin ser ni parecer remotamente un galán logra meterse en la piel de personajes muy diferentes y se ve cómodo tanto en la comedia como en el drama. Así lo ha demostrado como el inseguro escritor en Entre Copas, el inspector de policía de la estupenda El Ilusionista o el asesor de propaganda política de The Ides of March, entre otros roles memorables.

Siguiendo mi paradigma, alquilé sin pensarlo mucho Win Win, que me imagino traducirán correctamente como Ganar-Ganar, una comedia donde Giamatti se luce como un abogado endeudado que, obligado por las circunstancias, comete un acto que compromete su ética, lo cual le acarreará inesperadas consecuencias.

Giamatti le presta mucha humanidad y hasta ternura a su papel como Mike Flaherty, un padre y esposo dedicado que trabaja con poco éxito como abogado durante el día mientras en las noches es entrenador del equipo de lucha de la secundaria local. Apremiado por sus responsabilidades familiares, Flaherty se ofrece a cuidar a un cliente con principio de demencia senil, eso sí, recibiendo a cambio la pensión del anciano. De manera inesperada, entra en escena Kyle (Alex Shaffer) el nieto adolescente del cliente, un chico problemático, pero con un extraordinario don para la lucha y cuando Flaherty y su familia logran encaminar al jovencito nuevamente hacia el deporte y las cosas empiezan a marchar para todos, aparece la madre del muchacho, una adicta rehabilitada y ambiciosa que complicará la situación al reclamar la custodia del padre enfermo para quedarse con su casa.

No es la típica comedia gringa, que saca fáciles carcajadas al gran público sino una comedia menos ligera, con personajes pequeños, cotidianos, cercanos al espectador y no por ello menos conmovedores. Flaherty, como le podría suceder a cualquiera de nosotros, se encuentra ante un dilema moral al tratar de ocultar su flaqueza y al mismo tiempo, hacer lo que considera más justo para todos.

Ficha técnica: Dirección y guión: Tom Mccarthy; Año: 2011
Reparto: Paul Giamatti, Amy Ryan, Bobby Cannavale, Jeffrey Tambor, Burt Young, Melanie Lynskey, Alex Shaffer, Margo Martindale, David W. Thompson, Mike Diliello.

jueves, 26 de enero de 2012

The Artist: ¡esos geniales franceses!



Acabo de ver El Artista y no puedo menos que aplaudir la originalidad de los franceses que hicieron esta película… Es a la vez un regalo para quienes amamos el séptimo arte y un homenaje a los orígenes de la industria cinematográfica, a su irresistible atractivo, a su oferta siempre vigente de entretenimiento puro.

¿De qué va la cosa? Un abreboca: la acción comienza en 1927; el actor George Valentin, un cotizado galán del cine mudo y Peppi Miller, una joven extra que trata de abrirse paso en Hollywood se conocen y comparten una mutua atracción. Sin embargo, sus caminos irán por vías diferentes. A George le llegará el olvido y el fracaso al negarse a participar en el incipiente cine hablado, mientras la joven Peppi asciende y triunfa al adaptarse a la nueva tecnología.

Lo interesante de El Artista es que está rodada como una película muda, con mucha gesticulación, música de fondo y el escaso diálogo aparece en cartelitos, tal como una peli de los años veinte del siglo pasado. Pero no por eso decae el interés.

Por supuesto, es un melodrama, con sus toquecitos de humor y su final más o menos esperado, pero vale la hora y media de duración, si uno ama el cine, el entretenimiento puro y se pone en modo “mute” para disfrutarla. ¡Ah! Otra cosa: si alguien no siente ganas de bailar al finalizar de verla es que no tiene corazón ni sangre en las venas. Está nominada a 10 Oscars…

Ficha técnica: Director: Michel Hazanavicius; Guión: Michel Hazanavicius.
Actores: Jean Dujardin (George Valentin) , Bérénice Bejo (Peppi Miller), John Goodman (Al Zimmer), James Cromwell (Clifton), Malcom Mc Dowell (el mayordomo) y otros.

miércoles, 25 de enero de 2012

Hojeando el Tao Te Ching


Cada vez que hojeo el Tao Te Ching no dejo de sorprenderme por la vigencia de ese texto -un tanto críptico- escrito por Lao Tsu o Lao Tsé hace unos 2 mil 500 años. Se dice que el autor fue un filósofo que dejó sus enseñanzas sobre el Taoísmo condensadas en este pequeño libro, antes de abandonar su China natal para desaparecer en Occidente.

La corriente filosófica a la que alude –el Taoísmo- busca explicar el Universo a través del Tao (el cambio permanente) y se fundamenta en la observación de la naturaleza. Sin embargo, en el Tao Te Ching no solo se alude al Orden Natural de las Cosas sino que se profundiza, - a menudo de manera poética- sobre la trascendencia de la vida humana, el arte de gobernar, el autoconocimiento y la armonía y fluidez entre los elementos del Cosmos.

Tengo una edición de Vintage, traducida al inglés por Gia-Fu Feng y Jane English. Hace muchos años que no lo leo corrido; a veces me detengo en una página al azar y todavía me asombra su sabiduría y vigencia.

Un ejemplo:

“Tengo tres tesoros que guardo y mantengo:
El primero es la misericordia; el segundo, la economía;
El tercero es no querer estar por delante de otros.
De la misericordia viene la valentía; de la economía viene la generosidad;
De la humildad viene el liderazgo.

Hoy en día los hombres rechazan la misericordia, pero tratan de parecer valientes;
Abandonan la economía, pero tratan de lucir generosos;
No creen en la humildad, sino que intentan ser siempre los primeros.
Esto ciertamente es la muerte.

La misericordia trae victoria en la batalla y fortaleza en la defensa.
Es el medio por el cual el cielo salva y protege”.