Domingo 07 de enero:
Nos levantamos entre las 6:30 y las 7:00 am y pudimos contemplar a un costado del Refugio Campo Base al Cotopaxi, rodeado de nubes. La verdad es que este sitio está muy bien ubicado, con unas vistas privilegiadas. Es un chalecito estilo suizo muy acogedor por donde han pasado cientos de excursionistas venezolanos, como lo testimonian las fotos colocadas en el salón. Nos entretuvimos fotografiando las tres llamas de los Jácome (Felipe, Leticia y Javier), las cuales pasean por el jardín como animales domésticos.
Salimos en jeep hacia el Lago Quilotoa (3.900 msnm), donde pernoctaríamos esa noche. En el camino pasamos por un par de poblaciones: Lacatunga, donde vimos el mercado sin nada digno de mencionar y Zumbahua. Aquí presenciamos una manifestación folclórica local: los Danzantes de la Mano Negra. Se trata de indígenas que danzan disfrazados de diferentes personajes, desde héroes de la Independencia hasta ángeles. La fiesta tiene lugar en Noviembre, pero en esta ocasión la hicieron con motivo del Día de Reyes. A los indígenas de la zona no les gusta que les tomen fotos, hay que pedirles permiso y generalmente no lo dan sin pedir dólares a cambio, pero aprovechando la ocasión de la fiesta pudimos fotografiarlos sin problemas. Al desfile, sigue una orquesta de instrumentos de viento que toca una monótona melodía, la cual, curiosamente, nos seguiría en todas las manifestaciones musicales de la zona.
Aproximadamente a las 4:30 de la tarde llegamos a la casa del Sr. Jorge Lacatunga, situada a pocos metros del Lago Quilotoa. Es una vivienda muy rústica, de piso de tierra y un polvoriento segundo piso al que se accede por una escalera de troncos. Allí nos instalamos para dormir en nuestros “sleepings” sobre unas camas. Tiene luz eléctrica, pero el baño, muy precario, se encuentra fuera de la casa.
La temperatura descendía y había poco sol. Nos asomamos al lago, que está en un enorme cráter de lo que fue hace miles de años un volcán. Aquí se puede bajar caminando o en mulas hacia el lago, pero la opción no nos atrajo y preferimos caminar por el lugar y regatear con los infaltables vendedores de artesanía. La especialidad de la zona son los cuadros pintados sobre cuero de ganado, una modalidad que les fue enseñada a los indígenas por una ONG italiana, a fin de ayudarlos a contar con otra fuente de subsistencia diferente a la agricultura. También realizan máscaras zoomorfas, cajas y platos.
En Quilotoa la tierra es muy árida y sólo acepta cultivos de papas y habas, a diferencia de otras zonas más bajas. La gente vive una existencia dura, son desconfiados con los turistas y la pobreza se hace sentir.
Como a las 6 de la tarde fuimos a observar la celebración de una boda indígena. El Sr. Jorge nos acompañó y así pudimos tomar fotos discretamente. Los celebrantes bailaban y bebían (tanto hombres como mujeres), al son de una pequeña orquesta de instrumentos de viento que repetía incansablemente los mismos acordes que ya habíamos escuchado en Zumbahua. Curiosamente, más tarde, en casa del Sr. Jorge, escucharíamos en un CD la misma canción y al día siguiente, en la continuación de las celebraciones por la zona.
Luego de cenar la comida preparada por la señora de la casa y escuchar a nuestro anfitrión tocar la guitarra un rato, nos dispusimos a dormir.
Nos levantamos entre las 6:30 y las 7:00 am y pudimos contemplar a un costado del Refugio Campo Base al Cotopaxi, rodeado de nubes. La verdad es que este sitio está muy bien ubicado, con unas vistas privilegiadas. Es un chalecito estilo suizo muy acogedor por donde han pasado cientos de excursionistas venezolanos, como lo testimonian las fotos colocadas en el salón. Nos entretuvimos fotografiando las tres llamas de los Jácome (Felipe, Leticia y Javier), las cuales pasean por el jardín como animales domésticos.
Salimos en jeep hacia el Lago Quilotoa (3.900 msnm), donde pernoctaríamos esa noche. En el camino pasamos por un par de poblaciones: Lacatunga, donde vimos el mercado sin nada digno de mencionar y Zumbahua. Aquí presenciamos una manifestación folclórica local: los Danzantes de la Mano Negra. Se trata de indígenas que danzan disfrazados de diferentes personajes, desde héroes de la Independencia hasta ángeles. La fiesta tiene lugar en Noviembre, pero en esta ocasión la hicieron con motivo del Día de Reyes. A los indígenas de la zona no les gusta que les tomen fotos, hay que pedirles permiso y generalmente no lo dan sin pedir dólares a cambio, pero aprovechando la ocasión de la fiesta pudimos fotografiarlos sin problemas. Al desfile, sigue una orquesta de instrumentos de viento que toca una monótona melodía, la cual, curiosamente, nos seguiría en todas las manifestaciones musicales de la zona.
Aproximadamente a las 4:30 de la tarde llegamos a la casa del Sr. Jorge Lacatunga, situada a pocos metros del Lago Quilotoa. Es una vivienda muy rústica, de piso de tierra y un polvoriento segundo piso al que se accede por una escalera de troncos. Allí nos instalamos para dormir en nuestros “sleepings” sobre unas camas. Tiene luz eléctrica, pero el baño, muy precario, se encuentra fuera de la casa.
La temperatura descendía y había poco sol. Nos asomamos al lago, que está en un enorme cráter de lo que fue hace miles de años un volcán. Aquí se puede bajar caminando o en mulas hacia el lago, pero la opción no nos atrajo y preferimos caminar por el lugar y regatear con los infaltables vendedores de artesanía. La especialidad de la zona son los cuadros pintados sobre cuero de ganado, una modalidad que les fue enseñada a los indígenas por una ONG italiana, a fin de ayudarlos a contar con otra fuente de subsistencia diferente a la agricultura. También realizan máscaras zoomorfas, cajas y platos.
En Quilotoa la tierra es muy árida y sólo acepta cultivos de papas y habas, a diferencia de otras zonas más bajas. La gente vive una existencia dura, son desconfiados con los turistas y la pobreza se hace sentir.
Como a las 6 de la tarde fuimos a observar la celebración de una boda indígena. El Sr. Jorge nos acompañó y así pudimos tomar fotos discretamente. Los celebrantes bailaban y bebían (tanto hombres como mujeres), al son de una pequeña orquesta de instrumentos de viento que repetía incansablemente los mismos acordes que ya habíamos escuchado en Zumbahua. Curiosamente, más tarde, en casa del Sr. Jorge, escucharíamos en un CD la misma canción y al día siguiente, en la continuación de las celebraciones por la zona.
Luego de cenar la comida preparada por la señora de la casa y escuchar a nuestro anfitrión tocar la guitarra un rato, nos dispusimos a dormir.
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