sábado, 20 de enero de 2007

Venezolanos en el Ecuador




En mi reciente viaje a Ecuador me llamó la atención el evidente contraste entre la idiosincrasia de ese país andino y el temperamento caribeño de los venezolanos. Ecuador –bueno es recordarlo- también tiene costa y una región amazónica, pero en nuestro viaje mis compañeros y yo nos dedicamos a conocer la sierra, que después de todo, es donde se concentra el eje del poder en el país.

Pocos venezolanos son conscientes hoy en día de los lazos que unen a nuestros dos países. Valga recordar que el héroe máximo de Ecuador es nuestro cumanés, el Mariscal Antonio José de Sucre, vencedor de la batalla de Pichincha y considerado junto a Simón Bolívar el fundador de la Patria Ecuatoriana. Por otra parte, el general Juan José Flores, nacido en Puerto Cabello, sería el primer presidente de esa nación.

Con casi 200 años de distancia, uno se pregunta cómo se adaptarían Sucre y Flores, provenientes de las cálidas costas venezolanas, a las costumbres y temperamento de la capital serrana. Ambos se casaron con representantes de la aristocracia quiteña. Sucre, con Mariana Carcelén, marquesa de Solanda y Flores, con doña Mercedes Jijón Vivanco. Probablemente eso ayudó algo a estos jóvenes oficiales caribeños a ser aceptados, además de sus evidentes méritos militares. Se dice que Sucre provenía de una familia distinguida, mientras que Flores era un mestizo de origen humilde que luchó por ascender en la escala social. A diferencia del cumanés, Flores no es tan bien recordado. Su ambición y amor por el dinero se impuso sobre sus hazañas bélicas.

Al visitar el Museo Casa de Sucre en el centro de Quito se revelan varias facetas del Mariscal. En los retratos colgados en las paredes se encuentra casi siempre de perfil. Nuestra guía explica que Sucre prefería los retratos donde destacaba su prominente nariz, a la cual atribuía su sabiduría. También describe algunos de los objetos originales que se conservan en la residencia como unos candelabros en forma de herradura, los cuales evidenciaban que era supersticioso. Estas debilidades de su personalidad –una cierta vanidad y la creencia en objetos mágicos- contrastan con la imagen de héroe perfecto e impoluto que me fue inculcada por mis maestros y mi tío historiador en la niñez.

La vida del Mariscal transcurrió mayormente entre batallas y poco pudo disfrutar de su casa. Apenas llegó a pasar en ella unos pocos meses. La tragedia le perseguiría, tanto en su vida política como en la personal. Su asesinato en Berruecos le privó de ser el primer presidente de la nación. La guía nos muestra un balcón desde donde caería su única hija para morir con apenas dos años de edad en el patio de la residencia.

Sin embargo, hoy en día, su nombre sigue siendo referencia histórica y espiritual en el país. Los ecuatorianos llaman Rostro de Sucre a los Pichinchas. Desde lejos, ciertamente, se dibuja el perfil del Mariscal en las montañas. Fue por muchos años –hasta el 2000- símbolo de la moneda local. Su presencia es evidente en calles y avenidas. Sin duda, el cumanés logró enraizarse en el país andino. El último deseo del Mariscal habría sido que sus cenizas se enterrasen en el volcán Pichincha. De alguna manera esto se cumplió. Sus restos reposan en la catedral de Quito en un mausoleo elaborado con lava de su querido volcán.

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